sábado, 26 de mayo de 2007

EL HOMBRE DEL SACO

Como aquí no hay manera - o yo no la sé - de poner botones que diferencien los poemas de los relatos o los cuentos tal y como puede hacerse en las páginas web, pues y para variar cada entrada, en esta ocasión edito un relato, pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera."

François de la Rochefoucauld


EL HOMBRE DEL SACO

Recuerdo que cuando era pequeña mi madre, a la hora de dormir y ante mi pertinaz cabezonería en no obedecer sumisamente al llamado de la familia Telerín -que eran unos dibujos que salían en televisión mandarnos a dormir -, me decía que si no me dormía pronto vendría a buscarme el hombre del saco. Por supuesto que a esa edad me lo creía todo y me tapaba hasta la cabeza por miedo a que ese malvado hombre viniese por mí y me llevase con él, dentro del saco.

Lógicamente según fui creciendo dejé de creer en tal cuento, hasta hace pocos días que pude cerciorarme de la existencia de tal hombre... Sí, fue en el pueblo. Hacia tiempo que no íbamos por allí y como hacia buen día decidimos, la familia de mi esposo (ex esposo en la actualidad) y nosotros que mejor iríamos a comer a la portada. La portada en una extensión de terreno – más o menos grande – cercada por paredes, con una gran puerta para que puedan acceder incluso tractores. Allí suelen guardar la leña para las estufas y chimeneas; también los sarmientos para asar chuletas, etc. Normalmente dentro de ella construyen un gran cocinón, que es una habitación muy amplia en la cual aparte de cocina hay mesas, sillas y sillones; vamos un todo en uno. También suelen tener un cuarto de baño y una gran cochera en la que se aparcan tanto coches como todo tipo de vehículos, incluso tractores,según sus dimensiones y como no, muchos árboles y una gran huerta.

Pues bien, allí fuimos y enseguida salió a saludarnos la perrita, muy contenta porque hacia mucho que no nos veía y es que, hay que fastidiarse cómo nos conocen por el olfato. Es asombroso. Bueno pues, enseguida vimos unos pequeños gatitos y entonces nos dijeron que dos de las gatas habían parido al mismo tiempo. ¡Qué lindos! Eran graciosísimos, correteando y subiéndose por la leña apilada contra el muro. Allí, escondidas las madres los habían traído al mundo. No se nos acercaron en todo el tiempo, desconfiaban de nosotros. Uno de los familiares nos dijo que no podíamos acercarnos mucho porque nos arañarían. Luego supé el motivo. Su instinto les ponía en guardia. Lamentablemente de nada les serviría...

Ante mi atónita mirada me dijeron que ya habían sacrificado a dos de ellos el día anterior – esa tarde respetaron a los otros a causa de nuestra visita - . Yo no lo podía creer, y entonces me explicaron la forma, eso sí, dificultosa de cómo lo hacían. Se colocan unos guantes grandes y fuertes (de esos que se utilizan en las fábricas para sujetar cosas incandescentes), para evitar ser arañados y una vez capturados se les mete en un saco y ... ¡Dios qué horror! Los estrellan contra una pared. Los matan a golpes. Aunque visto desde su perspectiva eso es menos cruel a dejarles morir por asfixia, dentro del saco. ¡Joder!

Lógicamente atraparlos es difícil ya que los animalitos se esconden entre las cepas que hay amontonadas en la portada. De nada les sirve tampoco eso.

De buena gana me los hubiese traído, pero no era posible. Tampoco para ellos – la gente de pueblo – es posible criar tantos gatos una camada tras otra. Es terrible, es injusto, pero no se puede hacer nada. La gente de campo, cuyos ingresos son más bien escasos, no pueden permitirse el llevar al veterinario a sus animales para evitar que gesten seres vivos que no llegaran a vivir. Y entonces pensé que me gustaría haber sido veterinaria y crear una ONG de esas para esterilizar a gatas o gatos y así evitar el sufrimiento y muerte de esos pobres e indefensos cachorritos cuyas uñas de nada les sirven ante los guantes de fuerte tela que protegen las manos que firmarán su sentencia de muerte.

Sí, desgraciadamente el hombre del saco existe... Al menos, para ellos.


© Rosa María Castrillo Rodríguez