viernes, 11 de enero de 2008

LA FLOR DE PASCUA

Hoy, Para inaugurar el año 2.008, voy a editar en este blog un nuevo relato pero antes os dejaré una de esas perlas de sabiduria dicha por algún personaje célebre y a las cuales denomino frases "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA:

"El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad."

Albert Einstein

Procedo a publicar este relato que es uno de mis "hijos" favoritos porque lo encuentro muy conmovedor. Espero que a quien lo lea también se lo parezca.

LA FLOR DE PASCUA

Por fin llegaba el autobús, el frío y la incesante lluvia hacia que la espera me pareciese aún más larga de lo que en realidad era. Subí y piqué mi billete, a continuación caminé buscando algún asiento libre y entonces la vi a ella. Era una mujer más o menos de mi edad, cabello largo y teñido en tono caoba. Vestía abrigo negro y bufanda en tono rosa palo. ¿Qué tenía de especial ella…? Llevaba en su mano una bonita planta: la flor de Pascua, algo muy típico dadas las fechas tan próximas a la Navidad en las que nos encontrábamos. Pero eso no era lo único que esa mujer tenía y que a mí me faltaba. Llevaba en su dedo derecho una alianza, era casada…

En mi mente, al observar estos detalles, los recuerdos escaparon del pasado volviendo a mi presente, trayendo la imagen de aquel día víspera de Nochebuena en el que aquel que aún era mi esposo me regaló esa misma planta navideña lleno de esperanza. Reconozco que me hizo mucha ilusión pero en ese momento no fui capaz de alcanzar el verdadero significado de ese obsequio.

Hacia un par de años que un verdadero tornado sentimental sacudió los cimientos de nuestro matrimonio y la relación fue de mal en peor, pero por motivos económicos no podíamos plantearnos la separación sin causar un verdadero descalabro en nuestra familia y ni él ni yo queríamos perjudicar a nuestros hijos acostumbrados a tener una vida sencilla, sin lujos, pero sin que nada les faltase.

Aquella Navidad, aunque en ese momento lo desconociésemos, iba a ser la última que pasamos en familia, por llamarlo de alguna manera, claro; a partir de ese momento engrosaríamos la enorme lista de divorciados en España, o lo que es lo mismo la de las familias rotas y marcadas con secuelas que se quiera o no resultan inevitables, especialmente en las separaciones que han vivido momentos de fuertes enfrentamientos: peleas, broncas e incluso odio y cuyas consecuencias nunca son predecibles ni fáciles de evaluar. ¿Cómo nos afectan?, ¿y a los hijos?, ¡quién sabe!, cada uno es un mundo…

Yo había colocado mi flor de Pascua en el salón y con esmero cuidaba de ella pero según pasaban los días y casi a la misma velocidad que la convivencia en mi casa, mi linda plantita se iba deteriorando. Sus hojas se ajaban y secaban y nada podía hacer por evitarlo al igual que nada podía hacer por salvar mi matrimonio, desgraciadamente. Me sorprendía la actitud de aquel que en ese momento era mi esposo en relación a la maceta. Él quería mantener viva a toda costa esa flor de Pascua e incluso cogía el tiesto en sus manos con gran cuidado y veía si necesitaba o no agua. Pasaba mucho tiempo mirándola. Yo le observaba pero dadas las circunstancias en las que me hallaba no era consciente del significado de ese gesto. Tardé muchos meses en descifrarlo y por supuesto fui consciente de ello cuando logré sobreponerme al dolor y reconstruir el espíritu de aquella mujer que fui antes de que el destino me jugase aquella mala pasada, en otras palabras cuando fui capaz de salir de la depresión profunda en la que me hallaba inmersa.

Pasaron los Reyes Magos y terminaban las fiestas y las hojas, como si les hubiese llegado el otoño, no cesaban de caer hasta quedar unos palos anclados en la tierra del tiesto. Yo quería tirar la planta pero mi esposo se negaba a hacerlo y la cogía entre sus brazos como si quisiera protegerla, abrazándola. Yo no lo entendía y le miraba incrédulamente. Me daba pena tirarla pero se había secado. Se lo decía una y otra vez pero él parecía no escucharme y decía que esa planta parecía secarse pero que luego retoñaba. No me convencía su explicación y así se lo comenté puesto que yo había visto en comercios que esa planta no perdía las hojas para retoñar más tarde, pero aún así dejé que pasase un tiempo para ver si brotaban o no nuevas hojas en sus tallos.

Llegó el día en que decidí que esa planta iría a parar al vertedero puesto que no solo no remontaba sino que su permanencia afeaba mucho en el salón y además, ¿para qué iba a tenerla si estaba más seca que el ojo de la Inés, como suele decirse? Él me la quitó de las manos abrazándola y comenzó a llorar. Fue una escena muy triste y conmovedora. Me sentí mal y no sabía cómo reaccionar. ¿Por qué hacia eso? Era surrealista, más aún habida cuenta de que él nunca había sido especialmente amante de las plantas ni tampoco una persona especialmente sensible, al contrario que yo. Estaba perpleja. No entendía nada. Finalmente accedió a tirar aquella flor de Pascua que con tanta emoción me había regalado, dándose por vencido y aceptando la realidad: la planta había muerto.

Pasaron varios meses desde aquel día y finalmente él, recién estrenada la primavera, decidió irse de casa. La situación era insostenible y puesto que yo había comenzado a trabajar valoró que era la mejor e incluso la única solución. Iniciamos el proceso de divorcio y al poco, dado que recientemente se había aprobado el denominado “divorcio exprés” obtuvimos la sentencia del mismo. Nuestras vidas siguieron caminos diferentes y ningún nexo, excepto nuestro hijo menor, nos unía. En mí había tanto resentimiento que ni siquiera quería saber nada de él. Por su parte y a pesar del daño recibido siempre hubo afecto hacia mí. Él siempre me quiso a mí más que yo a él, lamentablemente. Un día una conocida mía me enseñó una bandejita que había decorado ella misma en el taller de manualidades al que asistía como alumna en el Centro Cultural de su barrio y me gustó tanto que la dije que me regalase una. Ella accedió y me preguntó con qué quería que la pintase. Sin dudarlo y sin pensarlo contesté: con una flor de Pascua.

¿Por qué en lugar de con rosas, mis flores favoritas, había pedido que la bandeja estuviese decorada con flores de Pascua? Me extrañó esa respuesta y a partir de ahí comencé a pensar el por qué la había dado… Lógicamente fue en recuerdo de aquella otra, real, que perdí. Quería de alguna forma recuperarla y entonces, reflexionando caí en la cuenta de cual fue el verdadero motivo por el que mi marido, en aquella época, la trajo a casa…

Al comprar la flor de Pascua mi esposo no estaba comprando una planta decorativa para las navidades, lo que realmente estaba intentando comprar era la salvación de nuestra relación. Había puesto toda su fe en ella. Se aferraba a esa flor como si, logrando que reviviese, pudiese ocurrir lo mismo con ese cariño que en su día existió entre nosotros. En él seguía, en mí ya no; de ahí su tristeza, sus lágrimas y su, por qué no decirlo, desolación…

Pasaron varios meses y mi relación con mi ex esposo cambió. No había ya esa negatividad y a pesar de discutir telefónicamente con él, a veces, poco a poco fuimos intentando que hubiese una relación si no amistosa, al menos cordial por el bien de nuestro hijo menor. De hecho en varias ocasiones hemos salido de excursión con él para que vea que aquella enemistad pasada ya no existe en la actualidad; o al menos, eso intentamos en el presente y por ello, al llegar a casa, decidí telefonearle. Le pregunté si recordaba aquella flor de Pascua con la que en su día me obsequió. Él me contestó afirmativamente y entonces le comenté lo que opinaba al respecto. Su voz cambió tornándose acuosa al decirme que en efecto así había sido. Al escucharle, con toda la sinceridad del mundo, de lo más profundo de mi alma me salió la siguiente frase: ¡Cuánto daño te hice!, ¿verdad? Él me contesto que más del que podía imaginar y entonces, entre lágrimas, tan sólo puede decirle una cosa: lo siento mucho.

© Rosa María Castrillo Rodríguez