jueves, 25 de octubre de 2007

¡AY DIOS!... ¿HAY DIOS?

Hoy voy a editar en este blog un nuevo relato pero antes os dejaré una de esas perlas de sabiduria dicha por algún personaje célebre y a las cuales denomino frases "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante."

Anónimo


¡AY DIOS!... ¿HAY DIOS?


Para no variar aquí estoy, divagando y dando vueltas y vueltas a esa idea que ronda por mi alocada y “poco amueblada” cabecita desde hace algún tiempo en esa incansable búsqueda de una respuesta que tan solo podré obtener después - como el resto de mis congéneres - de dejar este mundo… ¡y si acaso!

En esta ocasión todo comenzó aquel día en el que hablando con mi muy querida amiga Lola – alma que también intenta comprender lo incomprensible solo que a través de los libros – me comentó que en un programa de televisión que había estado viendo la noche anterior (yo como me acuesto a la misma hora que las gallinas suelo perderme los más interesantes) escuchó decir a la persona entrevistada que, en uno de los libros que componen la Toráh – si mal no recuerdo con esta memoria “pez” mía –, el Libro Sagrado de los israelíes, están escritos en forma encriptada y como en una especie de “sopa de letras” acontecimientos que siglos más tarde tendrían lugar; es decir, en ese antiquísimo libro se profetizaban hechos, pero no solo eso sino que en él se encontraban incluidos también los nombres de los personajes que estaban relacionados con ellos. En la entrevista se citaron entre otros los nombres de Kennedy y Bin Laden… Al parecer ahora han descubierto esos datos gracias al prodigio de la informática y a esos programas chachis que hay. La verdad es que de los datos técnicos que Lola me facilitó al respecto no recuerdo nada de nada. Lo mío es otra cosa: echarle a la ciencia fantasía, misterio, imaginación y poesía.

Todo lo que estaba oyendo venía a sentenciar un recuerdo que almacenaba en la despensa (algo vacía) de mi memoria y cuya puerta se abrió de golpe exclamando un… ¡Ea!, una cosa así como ese célebre: “todo está escrito” que yo escuchaba a cada dos por tres de pequeña y que siempre se achaca al destino… Pues mira por cuanto lo mismo es que ese “libro” sí existe en realidad con sus hojas y sus letritas escritas con tinta… Sí, en eso pensaba yo mientras Lola me comentaba los hechos y me miraba con extrañeza pues debía de estar poniendo cara de “estoy ensimismada en mis propios pensamientos” y lógicamente con una pose tipo estatua de “El pensador de Rodin” que ni qué contar, aunque en lugar de sujetarme la cabeza mi mano sujetaba el mentón y la nariz de mi cara aprisionando entre ambos la boca como diciendo… ¡calladita estás más guapa!

El caso es que – como suele decirse – me quedé con la copla y claro mi mente comenzó a maquinar… Ideas por aquí, recuerdos por allá y pensamientos por acullá y… ¿cómo no…? ¡Alehop! ¡Ya está, tema resuelto! Y es que a mí eso de resolver ecuaciones matemáticas y sumas algebraicas siempre se me dio fatal pero adivinar los enigmas que entrañan los misterios más misteriosos relacionados con el hombre, sus orígenes y el consabido: “¿de dónde venimos, hacia dónde vamos y por qué estamos?, está chupao, je,je,je. Y, ¡a ver quién me dice categóricamente lo contrario!

El resultado de estas elucubraciones y dado esa gran pasión mía por “colgarle el San Benito” de todo lo acaecido religiosa o misteriosamente en nuestro planeta a los extraterrestres me dije: ¡Lógico! ¿Cómo no iban a saber lo que ocurría?, y más aún me atreví (soy terriblemente osada) a dar por hecho que los profetas (incluso el tal Nostradamus) lo que profetizaban no eran sino “chivatazos” de estos seres del exterior pero que… ¡Sorpresa!, estaban en el interior; o sea en la tierra, cuando todo ello ocurría…

¿Qué qué digo…? Pues muy sencillo. Estando yo en esa especie de limbo contemplativo y semi budista que mi profesor solía denominar como “mirando a las musarañas”, de repente me vino una especie de flash y aparecieron ante mí las imágenes de una película que vi hace tiempo y que en su momento fue todo un hito por la novedad de su argumento. Me refiero a “Regreso al futuro”. Estaba más claro que el agua de Lozoya en sus buenos tiempos… Los extraterrestres, ángeles, enviados, mensajeros o como se les quiera denominar tenían la facultad de viajar desde el futuro al pasado y ello significa que viven entre nosotros en el presente, en el nuestro, en nuestra actualidad y en todas las actualidades y presentes de lo que para nosotros es pasado o futuro. Siempre han estado, están y estarán ahí, vigilantes. Ellos saben lo que ocurre puesto que lo “están viviendo” y por ello conocen con pelos y señales, en el argot matritense, lo que va a acaecer y quien o quienes son los responsables… Después a través de algún sistema natural (tipo agujero gusano pero en versión “triángulo de las Bermudas” o algo así) o artificial inventado por ellos - que pa’ eso su civilización está supuestamente a años luz de la nuestra ya que ellos son nuestros maestros- viajan al pasado y describen lo que va a ocurrir… ¡Nos ha “jo-jo” así cualquier predice!

Os preguntareis cómo no advertimos su presencia, como no les “detectamos”. Pues muy sencillo porque son igual a nosotros o mejor dicho nosotros somos iguales a ellos (las supuestas “alas” que llevaban en la antigüedad seguro que era alguna especie de artilugio futurista y de fijo que eran desmontables…). Que yo sepa en ningún momento se dice que los “ángeles” fueran diferentes a los humanos; es más ya he dicho anteriormente que fuimos creados a su imagen y semejanza.

¿Ellos nos crearon? Bueno ya escribí un relato “Discrepando con Darwin” acerca de este tema, el que quiera más información que lo lea porque… ¡No voy a repetirme como la morcilla! Claro que ahora que lo pienso… ¿Y si aquellos “ángeles” de los que tanto se habla en la antigüedad no fueron tal sino unos simples congéneres nuestros, terrícolas, que viajaron del futuro (incluso del nuestro) al pasado para advertir, avisar o intentar mostrar un camino a seguir que precisamente pudiese evitar lo que ellos estaban viendo o viviendo en ese remoto futuro: “el fin del mundo”… En este preciso momento mi memoria evoca en mí el recuerdo de aquella otra película “El planeta de los simios”… ¡Jo!, aquí entre nosotros creo que mejor me voy a dedicar a ver telenovelas y a leer prensa rosa… pensar… ¡No es bueno!

© Rosa María Castrillo Rodríguez

viernes, 12 de octubre de 2007

¡JOPETA, PUES VAYA CON PAPA NOEL!

Aunque aún queda bastante para las navidades hoy cuelgo este cuento infantil basado en ese entrañable personaje conocido como Papa Noel o Santa Claus, pero antes de ello una frase con sustancia.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante."

Anónimo

¡JOPETA, PUES VAYA CON PAPA NOEL!

Se acercaban las vacaciones de Navidad y en la clase de la señorita Paquita los pequeños estudiantes no hacían sino hablar del mismo tema: los regalos que recibirían en ese día, antesala de esos otros que también les dejarían los Reyes Magos. La suerte de vivir en España porque así reciben ración doble, aunque ese año los niños no iban a tener tantas ganas de esa ración...

-A ver niños, callaos ya que tenemos que seguir con la lección. Estáis ya en primero de primaria y no en educación infantil así pues comportaos como lo que sois y no como unos chiquitajos, dijo la “sita” Paquita, pues así era como sus discípulos solían llamarla. La verdad es que la querían mucho porque era muy buena y se preocupaba por ellos.

En el patio a la hora del recreo se formaron los consabidos grupitos y todos tenían el mismo tema de conversación tanto si el corrillo estaba formado por niños, niñas o una mezcla de ambos: la inminente llegada de Papa Noel en su trineo de renos y sobretodo… ¡Ese gran saco repleto de juguetes!

-Yo le he pedido a Papa Noel que me traiga …

Y el muchachito comenzaba a enumerar a su amiguito toda una retahíla de juguetes más larga que la lista de los Reyes Godos.

-Pues yo le voy a pedir…

Por supuesto que el otro niño para nada se quedaba atrás al decir los suyos. Unos y otros ansiaban que llegase el día 25 de diciembre para, al despertar, comprobar que sus deseos habían sido satisfechos puesto que al fin y al cabo ellos habían sido muy , pero que muy buenos… Según su criterio, claro.

Un día antes de las vacaciones navideñas la “sita” Paquita habló a sus alumnos del significado de esas fiestas. Les contó la historia del nacimiento del niño Jesús y lo que ello representaba, lógicamente adaptándola a la edad de los chavales. También les habló de lo entrañable que resultaba pasar esas fiestas en compañía de la familia. Les decía que ese era el verdadero regalo de la Navidad: el espíritu navideño. Los niños, por mucho que quisiesen a su “sita” la miraban con cara de estar alucinando ya que su profe en ningún momento pronunció las palabras “recibir regalos” al referirse a las navidades. ¿Cómo podía ser eso?¡Los regalos era lo esencial en esas fechas!

Pero, ¿qué hacían Papa Noel y sus duendecillos mientras tanto en aquel remoto y frío lugar llamado Polo Norte? De seguro que estarían dando los últimos toques a los juguetes, disponiéndolo todo para que estuviesen preparados y así, cuando llegase el momento, sus ayudantes pudieran introducirlos en su gran saco mágico comprobando al mismo tiempo la lista con los nombres de cada niño y los juguetes que habían pedido, para que así ningún niño o niña del planeta se quedase sin su merecido obsequio.

Pues mira tú por cuanto que en esta ocasión no era así la cosa… Estas navidades Papa Noel harto ya de escuchar por doquier que los niños de los países del “Primer Mundo” no comían como debían había decidido dejarles otro tipo de regalitos y por ello mandó llamar a varios de sus duendes para que preparasen su trineo solicitando de entre ellos voluntarios para que le acompañasen en esta nueva campaña navideña tan especial. Al principio los pequeños hombrecillos se miraron unos a otros extrañados pero luego todos querían ser los acompañantes de aquel hombre grandote y gordote de cara tan afable. Papa Noel escogió a tres de ellos para esta novedosa aventura y montándose todos en su mágico vehículo en un pis- pas llegaron a… ¡Mercamadrid!

Cuando las puertas del gran mercado central de abastos de la capital madrileña se cerraron los cuatro seres mágicos aprovecharon para entrar sigilosamente en él. Comenzaron a recorrer uno a uno todos los puestos. De repente Papa Noel dirigiéndose a uno de sus duendecillos llamado Nill le dijo: “Anota: Naranjas, mandarinas, peras, manzanas y plátanos”. Prosiguieron su camino por los pasillos del mercado y parándose de nuevo Papa Noel se dirigió esta vez a Fill y ordenó: “Anota: lechugas, tomates, canónigos, maíz, pepino y cebolla”.

Los duendes se miraban unos a otros sin entender lo que estaba ocurriendo. Se limitaban a escribir lo que “el jefe” les decía pero sin coscarse de nada para qué servía tal menester. ¿Qué bicho le habría picado a Papa Noel? ¿Tendría doble personalidad al ser también llamado Santa Claus?

Un poco más adelante encontraron un nuevo puesto y aquel hombre de aspecto bonachón con sus largas barbas blancas y su extraña vestidura a punto estuvo de meterse en un buen lío cuando fue descubierto por uno de los guardas de seguridad de Mercamadrid. El guarda estaba haciendo la ronda cuando se percató de que no estaba solo en la zona que vigilaba y entonces acercándose al lugar de donde provenían las voces pudo ver claramente a los misteriosos personajes y… ¡¿Sería eso posible?! El pobre hombre no hacía sino frotarse una y otra vez los ojos con sus manos como intentando no ver lo que realmente veía. ¿Me habré vuelto loco?, se decía a sí mismo. Papa Noel conmovido por la angustia que estaba viviendo el pobre guarda en esos momentos se le acercó y le dijo: “Sí, hombre, sí. Soy yo. No estás viendo visiones. Estoy aquí para seleccionar las frutas y verduras que mejor y más apetitosas me parezcan porque este año las ofrendaré como regalo de Navidad, pero… ¡No me vayas a delatar!”

Manolo, el “segurata”, dejó de mirarlo con ese gesto mezcla de mucha extrañeza, algo de asombro y una pizquita de susto y le dijo sonriendo: “Tranquilo que no diré una palabra. Además, ¿quién me creería? Otra cosa Papa Noel, gracias por adelantarme la noticia. ¡Menuda bomba!”

Papa Noel y sus hombrecillos verdes prosiguieron la búsqueda y de nuevo el bondadoso hombre del Polo Norte dijo, en esta ocasión al joven duendecillo llamado Till: “Anota: judías verdes, zanahorias, alcachofas, acelgas, puerros, calabacín, coliflor, repollo, brecol…”

-No tan deprisa, se apresuró a decir Till que no daba abasto a escribir tanto verde…

Una vez concluida la misión Papa Noel y sus ayudantes se dirigieron al trineo y en un santiamén regresaron al Polo Norte.

Por fin llegó la Nochebuena y los niños de la clase de la “sita” Paquita ya de vacaciones y al igual que todos los niños en esa fecha, se dispusieron después de cenar con sus familiares, tomar el turrón, tocar la zambomba y cantar villancicos a irse a la cama no sin antes mirar de reojo y con ese brillo especial que da la ilusión a los ojos el adornado árbol navideño esperando ver al día siguiente bajo él sus numerosos regalos…

Y ciertamente así fue porque en la mañana del día de Navidad había baja cada árbol muchos paquetes envueltos en papel celofán de diferentes y alegres colores y que dejaban ver el contenido que había en su interior: frutas, hortalizas y verduras de lo más variadas. Acompañando a estos regalos tan especiales cada uno de los niños también encontró una nota escrita de puño y letra por Papa Noel en la que decía:

“Mis queridos niños este año no os dejo ningún juguete puesto que tenéis muchos. A cambio os voy a dejar un gran regalo: salud.

Si tomáis todos los días frutas, un poco de verdura o ensaladas creceréis sanos y fuertes y sin ese colesterol “malo” que dicen los médicos es tan dañino para el corazón.

Portaos bien y hacer caso a los que saben cómo cuidaros: vuestros padres. ¡Viva la dieta mediterránea!

Recibid un beso muy fuerte de Papa Noel.”

¿Dieta medite… quéee? ¡Jopeta, ya te vale Papa Noel! Sin duda esa fue la frase más escuchada aquella mañana del día de Navidad en todo el mundo occidental y puede que del resto…

© Rosa María Castrillo Rodríguez

lunes, 8 de octubre de 2007

EL OSITO DE PELUCHE

Este es un cuento infantil pero que también lo escribí pensando en los mayores. Pienso que todos los niños de pequeños deberían de tener un osito de peluche e incluso, ¿por qué no?, también de mayores...

Antes de colgarlo en el blog y como vengo haciendo siempre mostraré una frase "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas."

Aristóteles

EL OSITO DE PELUCHE


En una hermosa ciudad, llena de ruidos y humos, de obras y de cemento, de luces y escaparates, edificios y colegios. De vida - en una palabra -, podríamos bien decir, vivía cerca de un parque una niña de unos seis años, su nombre: Arancha. Era una niña como tantas, acostumbrada a no carecer de nada y a salirse casi siempre con la suya. Aranchita – así le llamaban, de cariño - era una niña nacida en un país de esos que los políticos dan en nombrar desarrollado.

No obstante y puede que por ello, la niña era caprichosa, malhumorada y se pillaba una tremenda rabieta cada vez que no conseguía sus objetivos. Era fruto de la época, de la sociedad que sus mayores habían ido construyendo así, sin darse cuenta.

Las palabras por favor y perdón habían sido borradas de su vocabulario; es más, quizá jamás las había llegado a aprender. Ordeno y mando, ese modo de hacer las cosas era algo innato en ella, se ve que se tomó muy en serio – desde bebita – eso de ser “la reina de la casa...”

Claro está que la “angelical” criaturita no tenía la culpa de ser así, no, la cosa venía desde su más tierna infancia…

-¡Aranchita, que te comas los garbanzos!
-¡No tero, no mi utan!, gritaba a pleno pulmón la niñita.

Y claro, ¿como una buena madre va a dejar a su criaturita sin comer...? Pues ea, a darle la sopita y a freírle unas chuletitas de cordero que eso sí se lo comía de maravilla y de postre, pues claro, como a Aranchita la fruta tampoco le petaba y lógicamente no se iba a quedar sin postre – eso sería como un castigo – pues unas natillitas y si eran de chocolate mejor que mejor...

¡Y qué decir de esas mentirijillas que, a modo de capote la mamá tenía que echarle a la niña, de vez en cuando…!

-Mami, anda, fírmame una notita porque vamos a ir al parque a hacer gimnasia y yo no quiero ir.

Y claro, como negarle eso a su hijita del alma… Total, a santo de qué ha de ir la niña al parque con tantas y tan y mala gente que hay hoy en día en ellos y esos perros sueltos y por si fuera poco andar cruzando las calles… No, de eso nada, su niña no iba a correr esos riesgos… ¡que hagan la gimnasia en el colegio!

Y eso sin hablar de los justificantes que en otras ocasiones había que hacer porque la pobre pequeñina no había podido terminar de hacer esos interminables deberes – una hojita de caligrafía, cuatro sumas y cuatro restas - que la bruja de su profesora tenía por costumbre mandarle para casa…

Sí, la vida de Arancha era de lo más cómoda posible. Todo se le daba en bandeja y eso sin hablar de los maravillosos y numerosos regalos que recibía tanto por su cumpleaños como por su santo, en Navidad o por Reyes; por sus buenas notas trimestrales o por final de curso, porque claro está que aprobar y con buenas notas un primero de primaria era toda una hazaña… Y eso, sin mencionar el famoso: “Mami cómprame eso” o “mami, cómprame aquello”, que no se sabe muy bien por qué motivo siempre - aunque de primeras existiese la rotunda negativa de la madre - la mocosa acaba saliéndose con la suya y logrando su objetivo: ver satisfecho su capricho… Claro que, con tal de no escuchar el gimoteo continuo y machacón del microbio ese, ¡hasta la luna la compraría su madre…!

Pues bien, una vez acabado el curso y dado que llegaban las vacaciones también para su padre, el destino iba a dar a Arancha la mejor lección que jamás podría aprender. Sí, porque no iban a ser sólo unas vacaciones…

-Cariño, no estoy muy convencida de que hayas hecho bien aceptando esa propuesta de tu jefe para trasladarnos a vivir a ese lugar. Está demasiado lejos y Aranchita es aún muy pequeña, además el viaje será una verdadera paliza y luego el clima – y esos huracanes – y la gente, ¿cómo será la gente?

-Puede que sí, cielo, pero es una oportunidad única, no todos los días tiene uno la ocasión de conseguir ser nombrado director gerente de una empresa tan sólida como la nuestra. Sí, ya sé que esa isla del Caribe, en principio, no es la tierra prometida y que sería muchísimo más goloso el que me hubiesen ofrecido ese mismo puesto en cualquier ciudad de Europa, pero, ¿qué le vamos a hacer? La empresa cree que existen grandes expectativas y desea abrir una sucursal allí y bueno, ya verás como te gusta, es un lugar precioso y paradisíaco.

-Eso es cierto, pero, ¿y si la nena se pone malita allí, tan lejos?
-No te preocupes, allí hay de todo. No hay más que ver el lujo de los hoteles. Tranquila, nada va a pasar y nada ha de faltarnos.

Aranchita en ese instante entraba a la habitación abrazando a su osito “Pintas” que –según ella decía – era su mejor amigo y el único que la entendía. A él le contaba todas aquellas cosas que la preocupaban o turbaban, que la ponían triste o la hacían sentirse mal. Era su confidente y siempre la escuchaba. La verdad es que a pesar de su temperamento caprichoso, testarudo y lleno de soberbia, en el fondo Arancha era una criatura dotada de una gran sensibilidad escondida tras esa capa de niña caprichosa que la recubría…

-¡Mami, mami, ¿dónde vamos de vacaciones, muy lejos?!

Sofía y Daniel se miraron a los ojos mientras la misma pregunta planeaba por sus mentes… Y ahora, ¿qué hacemos? Sofía optó por decirle la verdad a su hijita dado que con el carácter que tenía la repajolera niña, cuando se enterase de que aquellas no iban a ser solo unas vacaciones podría sentirse engañada y, en ese caso, su reacción sería imprevisible.

-Verás nena – dijo su madre –, vamos a ir a una isla muy bonita que está al otro lado de ese mar tan grande y azul que se ve en las imágenes de las noticias de la tele, pero no sólo iremos unos días sino que lo más posible es que nos quedemos a vivir allí durante una temporada a causa del trabajo de papá.

-¡Pues yo no voy, que se vaya él solo!
-Nenita, eso no es posible. No te preocupes, Aranchita, verás como te va a gustar mucho, lo pasarás muy bien y además harás un montón de amiguitos nuevos.

Arancha miró a sus padres con cara de pocos amigos y a continuación soltó - mientras abrazaba muy, muy fuerte a su osito de peluche - un:

-A Pintas no le gustará. ¡Seguro que no!, sentenció la niña.

Pasaron los días y Arancha comenzó a ver como se apilaban en una habitación montones de cosas que más tarde serían empaquetadas en maletas y cajas de cartón con destino a esa isla a la que la llevarían – junto con Pintas – a la fuerza. De nada habían servido sus quejas, llantos y berrinches porque al día siguiente abandonaría su casa y sus cosas para irse a un sitio desconocido y por mucho tiempo, palabras que para ella venían a significar para siempre, o más…

La mañana no podía comenzar de peor forma. La mamá de Arancha despertó muy temprano a la pequeña y para colmo de males una tremenda tormenta de verano había hecho acto de presencia. Aranchita tomó su tazón lleno de leche chocolateada con cereales, se vistió, tomó entre sus brazos a Pintas y salió de su habitación hacia el vestíbulo observando el ajetreo de sus padres y el trasiego de maletas. Llamaban a la puerta, era el abuelo que les llevaría hasta el aeropuerto para despedirse allí de ellos. Por un momento la niña, al ver los acuosos ojos de su abuelito se sintió triste dándose cuenta, por primera vez en su vida, de lo mucho que le echaría de menos. El abuelo siempre había estado ahí, dando a la pequeña todo ese cariño que solo los abuelos saben dar, contándola historias y mimándola a veces en demasía e incluso estableciendo ese guiño de complicidad ante la regañina de los padres, en determinadas ocasiones. Arancha, hasta ese instante en que temió perderle, no se había dado cuenta de la importancia de esa persona en su vida y entonces sintió una cosa extraña en el pecho que hizo que se abrazase con todas sus fuerzas a Pintas.

Llegaron a la terminal del aeropuerto. La despedida, aún siendo dura, tuvo el dulzor de una promesa: regresaremos para pasar en España las navidades.

¡Qué grande era aquello!, pensó la pequeña cuando entró en el aeropuerto, mientras abrazaba con todas sus fuerzas a su más mejor amigo – como decía ella – por temor a perderle en un lugar como aquel y de paso, claro está, también apretaba fuertemente la mano de su madre por si acaso la que se perdía era ella. Sentía una mezcla de asombro, curiosidad, interés, inquietud, algo de temor por un lado y una enorme ansia de aventura por otro. Contemplar desde la pista ese aparato tan grande en el que iba a subirse y que según sus padres les llevaría por el cielo – sin que lo notase – atravesando un inmenso océano (un mar muy grande, para ella) era algo difícil de creer y entender, pero eso sí, digno de ser comprobado y ella estaba deseosa de poner ya sus piececitos dentro del avión y claro, si por un casual no le gustaba lo que experimentase, pues se limitaría a decir que a Pintas le daba miedo y sanseacabó ya que ella nunca reconocería ser la miedica. ¡Faltaría más!

Largo, la palabra que repetía una y otra vez Arancha era “largo” y es que así se le estaba haciendo el viajecito a la niña y eso a pesar de la siestecita de tres horas que la angelical criaturita se había echado en el cómodo asiento que ocupaba. Para la niña – inquieta y traviesa por naturaleza, como la mayoría de los críos a esas edades – era un verdadero suplicio estar dentro de ese avión tanto tiempo sin poder correr, saltar o brincar por los asientos. Jamás había estado tan aburrida, según podía recordar; ahora bien sí pudo comprobar que eso de océano era en verdad un mar muy grande, más aún de lo que ella había podido llegar a imaginar.

Por fin llegaron a la isla caribeña en la que, por una larga temporada, iban a residir.

Bueno, al menos ese aeropuerto era más pequeño, lo cual tranquilizaba a la niña haciéndola sentirse más segura que en Barajas. Lo que no resultó muy atrayente a sus ojos fue la visión de los destartalados coches que podía ver allí aparcados. ¡Qué diferentes de los coches que ella solía ver en su ciudad natal!, y claro, de nuevo recurrió a su osito de peluche diciendo: “A Pintas no le gustan esos coches y no quiere subirse en ellos” y es que la criatura no se fiaba demasiado de la seguridad que los vehículos ofrecían. En ese momento llegó un hombre que se dirigió hacia ellos y saludó a su papá, tras unas breves palabras que la niña no acertó a comprender – en parte por el extraño acento del hombre y en parte porque no prestaba atención dado el escaso interés que sentía por ese individuo -, ese hombre dijo: Síganme, les conduciré hasta el autocar que les llevará a su residencia.

Arancha estaba agotada, a pesar de la energía que siempre demostraba tener y por supuesto, Pintas también…

Despertó en el regazo de su madre cuando el autocar se paró y al abrir los ojos contempló una preciosa casita rodeada de jardín con unos extraños árboles – tiempo después conocería su nombre: palmeras - por doquier. ¡Qué bonito!, exclamó la niña y abrazando a su más mejor amigo dijo: “A Pintas le gustará mucho vivir aquí”. Sus padres sonrieron aliviados. Si a Pintas le gustaba, a Arancha también…

La pequeña estaba encantada de vivir en aquel paradisíaco país, a pesar del pegajoso calor que ella combatía a las mil maravillas a base de helados, fresquita limonada, baños en la playa y en la piscina de esa urbanización en la que residía. Se sentía bien allí aunque nunca salía de excursión a ninguna parte y eso la extrañaba mucho ya que cuando vivía en su antigua ciudad sus padres solían llevarla muy a menudo tanto al campo como a otros pueblos de los alrededores en los fines de semana. Pintas, por supuesto, estaba de acuerdo con ella.

Transcurrió apaciblemente el período de transición y una vez que sus padres consideraron que la niña estaba preparada dispusieron todo para que iniciase las clases en un colegio que, a pesar de no estar muy lejos de su residencia, tenía ruta de autocar escolar. La madre de Arancha, Lola, había mostrado su desacuerdo puesto que pensaba que para la pequeña no iba a ser fácil – al menos los primeros días – adaptarse a un nuevo colegio, con nuevos compañeros y en un país diferente al suyo como para que encima tuviese que recibir el “castigo” de no ser acompañada por su madre y así poder despedirse con un beso en la puerta del colegio, antes de entrar, tal y como hacía en Madrid. Lola había argumentado todo ello ante su esposo pero de nada le sirvió ya que él dijo que era mucho mas seguro para ambas que la niña hiciese la ruta en el autocar y que las cosas no eran como parecían; finalmente, tras conversar largamente con su marido y entender como era la realidad de aquel bello lugar al que el destino por un lado y la ambición de su esposo por otro les había llevado, no tuvo más remedio que claudicar, a pesar del duro golpe que aquella decisión sería para Arancha.

La mañana lucía radiante y la niña, cansada ya de la inactividad escolar se levantó de un salto para asearse, desayunarse y vestirse con ese precioso uniforme que iba a llevar en su nuevo cole. Abrazó a Pintas y le introdujo con mucho cuidado dentro de su pequeña mochila, ocultándole de esa manera a los ojos del resto de los niños que iban a ser sus compañeros - al menos hasta que ella lo considerase oportuno - y también porque no estaba muy convencida de que su madre permitiese que Pintas la acompañase al colegio.

Acostumbrada a salirse con la suya, cuando Arancha se dio cuenta de que su madre no iba a subir con ella a ese autocar escolar, encolerizó. Lloraba, gritaba, tiraba su mochila al suelo e incluso estuvo tentada de darla una buena patada – se salvó gracias a que su osito de peluche estaba dentro – y hasta de ser ella misma la que se revolcase por la acera. Su madre intentaba tranquilizarla sin conseguirlo. La pequeña se aferraba al brazo de Lola de tal forma que parecía que en cualquier momento pudiese ser arrancado dada la gran fuerza que la niña ejercía sobre él. Viendo que no había manera de que la pequeña subiese por sí misma, el conductor hizo ademán de bajar y ser él mismo quien agarrase a la niña por la cintura y la subiese y fue en ese momento cuando una jovencita muy bella y con la piel muy bronceada - según pensó la niña – se adelantó al conductor y acercándose a la pequeña, en voz baja y con gran dulzura la dijo:

-Ven conmigo chiquitina, me llamo Margarita y estaré a tu lado durante todo el camino hasta el colegio, no temas.

Al escuchar estas palabras y ante la perspectiva nada atrayente de ser transportada al interior del vehículo por el conductor, Arancha pensó que mejor sería ir con aquella jovencita a la que tanto debía gustar tomar el sol por lo morena que estaba, así pues agarró la mano que la muchacha le tendía, despidiéndose con lágrimas en los ojos de su madre y sin ser capaz de comprender el abandono al que ésta la sometía. A partir de ese día Marga – como llamaría más tarde Arancha a su nueva amiga – siempre estaría a su lado tanto en el camino de ida como en el de vuelta, hablándola y haciéndola sentirse protegida y acompañada; es decir, bien.

Por suerte tanto el colegio como la zona deportiva y el patio de juego y recreo fueron muy del agrado de la niña, al igual que profesores y compañeros motivo por el cual su vuelta a casa fue alegre y bulliciosa ya que su amiga Marga había estado enseñándola canciones de ese lugar en el que ahora vivía y ahora ella no paraba de tararear esas alegres melodías. Al verla bajar del autocar Lola respiró tranquila, había pasado un día bastante angustioso pensando en su pobre niñita. La pequeña se despidió de Marga con un beso y una hasta mañana y luego entró en su bonita casa y, sacando a Pintas de su mochila, habló y habló y habló, mientras su madre la escuchaba con una gran sonrisa en la boca y siempre bajo la atenta mirada del más mejor amigo de Arancha, su osito de peluche.

Después de cenar la deliciosa comida que su mamá había cocinado y una vez tomado ese postre especial que también había sido elaborado especialmente para ella, la niña, muerta de cansancio se fue a la cama. Allí estaba su osito esperándola. Mami, ¡cuéntame un cuento! Lola le contó un cuento y graduó la luz de tal forma que la habitación quedase en penumbra, dado el miedo a la oscuridad que padecía la pequeña. Cuando su mamá salió de allí, Arancha abrazó con todas sus fuerzas a Pintas y le dijo: “No temas porque nunca querré a Marga tanto como a ti. Tú siempre serás mi más mejor amigo, Pintas; además, mañana te la presentaré y verás como te gusta, es muy buena.

La amistad entre Arancha y Marga cada día era más sólida y Pintas – según comentó la pequeña a sus padres – estaba encantado con ello. Al no vivir en la misma zona residencial – exclusiva para empresarios, directivos y trabajadores extranjeros – las nuevas amigas no podían verse fuera de la ruta escolar. Arancha insistía una y otra vez en que sus padres la llevasen a casa de Marga y para ello utilizaba toda clase de estratagemas: ponía ojitos y morritos, utilizaba el “mami” o “papi” en lugar de mamá o papá como hacía usualmente e incluso dejaba asomar una lagrimita en sus preciosos ojos verdes, pero ni por esas. No lo entendía, hasta ese momento sus grandes dotes de actriz siempre habían conseguido “llevar al huerto” a sus padres, ¿qué fallaba?

Sentada encima de la cama de su habitación contó estos pensamientos a su osito de peluche, mientras le sostenía en su regazo. Decididamente algo extraño ocurría, Pintas pensaba lo mismo que ella. Al día siguiente le diría a Marga que le diese la dirección de su casa y ella, acompañada por su más mejor amigo, se las apañaría para ir hasta allí, no necesitaba a sus padres ni a ningún adulto para ello, al menos eso pensaba. La verdad es que a intrépida a ella no la ganaba nadie.

Arancha se quedó perpleja ante la reacción de Marga y totalmente desconcertada cuando escuchó a su amiga decirla:

-Lo siento nena pero no puedo dártela y no hagas tonterías. Mejor no salgas de aquí.

En principio la pequeña puso cara de aceptar la recomendación de Marga, pero… ¡Ja!, a Arancha Robles Jiménez – así de soberbia y chula se ponía a veces la criaturita – nadie que no fueran sus padres le decía lo que tenía o no que hacer, a pesar de su edad, y mucho menos la llamaba tonta. Lógicamente esta no era la intención de Margarita ya que lo que ella quería era proteger a la niña y, si las circunstancias hubiesen sido diferentes hubiese estado encantada de recibir las visitas de su pequeña y testaruda amiga en su casa.

Esa tarde Arancha permaneció todo el tiempo en su habitación con Pintas y con la mirada pensativa, lo cual chocó y preocupó a Lola puesto que dado lo inquieta que la pequeña era, la mujer estaba realmente extrañada ante semejante comportamiento y más aún por la falta de comunicación de la niña ya que apenas había cruzado unas palabras con su madre, algo muy inusual en ella que narraba con todo detalle lo que la había ocurrido en la jornada escolar.¡Natural, cómo iba a decirle a la madre que estaba preparando su fuga!

Toda decidida tomo su mochila y la abrió haciendo recuento de lo que en ella iba introduciendo; a saber: calcetines y calcetines y más calcetines junto con ese pequeño monedero – su predilecto - color naranja con la figura de Winnie Pooh dibujada en él y en el cual encerraba todo su capital, que consistía en unos 17 euros más o menos; también puso en el interior de la mochila un buen puñado de sus caramelos favoritos, los de fresa. A pesar de que el sueño la vencía, resistió como una jabata hasta que pasó un gran rato y se convenció de que sus padres dormían. Ese era el momento de escaparse de casa e ir a buscar a su amiga Marga. La pequeña estaba convencida de que al salir fuera de su urbanización encontraría el barrio en el que su amiga vivía y que sabría con total seguridad cual era la casa puesto que sería la más preciosa, al igual que su amiga lo era ante sus ojos.

Sigilosamente y con la mochila colgada a sus espaldas y su querido osito de peluche apretado contra su pecho, Arancha bajó con todo cuidado las escaleras que conducían a la puerta que, una vez traspasada, la llevaría hacia lo desconocido. No tenía miedo alguno ya que la guiaba el firme propósito de encontrar a su amiga y además, ¿qué la podía ocurrir?

Arancha era una niña acostumbrada a estar entre algodones, nunca había tenido que afrontar ningún problema serio puesto que la vida que sus padres la habían proporcionado siempre fue fácil y cómoda y por ende la pequeña pensaba que así era para todo el mundo.

Había luna, por suerte, ya que la pequeña no tuvo la feliz idea de incorporar en el equipaje aquella megachuli linterna con forma de cocodrilo que la habían regalado para su cumpleaños junto con otros tropecientos juguetes más. No se sabe porque extraño mecanismo, la criatura creyó que miles de luces parpadeantes la mostrarían el camino hasta la casa de Marga. No era así pero la pequeña le echó coraje y, dando ánimos a Pintas dijo:

-Tranquilo Pintas, no dejaré que te ocurra nada malo. No temas porque enseguida encontraremos a Marga, sigamos caminando.

Y así, pasito tras pasito y casi sin darse cuenta salió de la urbanización en la que hasta ese momento había vivido y se encontró caminando por una carretera por la cual no transitaba ningún coche. A las dos horas estaba completamente agotada y si no fuera por su férrea voluntad – cabezonería para otros – hubiese dado media vuelta de regreso a su bonita casa.

El tiempo pasaba y la pequeña comenzó a sentir mucha hambre a causa de la caminata y por ello no dudo en tranquilizar a Pintas nuevamente.

-Tranquilo Pintas, a mí también me duele la barriguita del hambre que tengo, pero en cuanto lleguemos a casa de Marga, su mamá nos dará de comer.

Comenzaba a amanecer y a los rayos del sol la visión de la ciudad no se parecía en nada a la que Arancha había soñado: edificios medio en ruinas, en su mayoría, y llenos de desconchones en la escasa pintura que aún quedaba en ellos y que en su tiempo debió ser de vivos colores. Había muy poquitos coches circulando por las calles y menos aún aparcados en ellas y los que pudo ver eran de un aspecto tan antiguo y poco atrayente como las casas. Los niños que por allí correteaban iban muy mal vestidos, su ropa parecía no querer desentonar con el resto de las imágenes que su retina percibía. Pero algo extrañó aún más a la pequeña: no veía juguetes por ninguna parte. Ella siempre que había jugado – y visto jugar a otros niños – en las calles del pueblo de su madre o en el parque, lo hacía con juguetes. Las niñas solían preferir cochecitos para pasear a sus muñecos y cacharritos y los niños coches teledirigidos, balones de reglamento o pistolas láser – de agua en verano -, pero esos niños no tenían nada de nada.

-¡Qué raro es todo aquí, Pintas!, dijo la niña en voz baja.

Como se sentía sola y perdida – y para no intranquilizar a su amiguito Pintas, claro – decidió acercarse al grupo de niñas que estaban sentadas en la acera hablando para a preguntarles si conocían a Marga.

-Hola, me llamo Arancha –dijo la pequeña que había, por precaución, escondido a Pintas dentro de la mochila – y me he escapado de casa para buscar a una amiga.

¡Hola!, saludaron las niñas a coro. Una de ellas, quizá la mayor o puede que la más lanzada preguntó por el nombre de esa amiga y la calle en la que vivía.

-Se llama Margarita y tiene doce años, al igual que vosotras su piel es más morena que la mía y no sé la dirección de su casa.

¡Vaya, pues con esas señas va a ser imposible que la encuentres!, dijo otra de las muchachitas del corrillo.

Por vez primera desde que salió de su bella y confortable habitación, Arancha puso cara de tristeza y resignación; ahora caía en la cuenta de que no sólo no encontraría a Marga sino que con total seguridad tampoco el camino de regreso a casa ya que desconocía el nombre del lugar en el que hasta pocas horas antes había residido desde que llegó a ese país. Al ver la zozobra reflejada en el rostro de la niña, las otras jovencitas corrieron a tranquilizarla:

-Bueno, no te preocupes, intentaremos ayudarte. De momento y como pareces muy cansada, lo mejor será que te vengas a mi casa y te eches a dormir un rato, dijo una de las muchachas.

Arancha aceptó de buen grado la invitación y entró dentro de la casa. Olía a humedad y el aspecto destartalado que tenía – a pesar de su limpieza – hizo que la niña pensase que esa casa no se parecía en nada a ninguna de las que, hasta ese momento, había contemplado. Teresa – ese era el nombre de la muchachita que la había dado acogida en su hogar – la condujo hasta su habitación y señalándola una de las dos camas que en ella había la dijo, con ese tono sandunguero y dulzón que a la niña tanta gracia la hacia:

-Arancha, esa cama será la tuya mientras estés aquí. Antes era la de mi hermana, pero por suerte consiguió marcharse del país y ahora vive en Florida.

A la pequeña Arancha le extraño mucho ese comentario puesto que para ella marcharse de su país no fue precisamente una suerte, pero como el cansancio la podía decidió no hacer ningún comentario al respecto. También encontró muy raro que no hubiese peluches adornando la habitación, aunque vió, arrinconada en una estantería, una muñeca que por el aspecto que tenía debía ser más vieja que la abuela del tal Matusalén ese que tanto nombraba su abuelito, en España, cuando quería decir que algo era muy antiguo. Dado que se sentía tremendamente sola e insegura decidió sacar de la mochila a su más mejor amigo, Pintas, para poder abrazarse a él y dormir placidamente.

La pequeña fugitiva dormía profundamente hasta que una dulce vocecita la dijo al oído:

-Vamos dormilona, despierta o te quedarás sin comer.

Arancha abrió los ojos y encontró la carita sonriente de Teresa y, al desperezarse, fue cuando Pintas quedó al descubierto…

-Oye, Arancha, ¡qué oso más bonito!, ¿es tuyo?, ¿de dónde lo sacaste?, ¿cómo lo conseguiste?, una tras otras las preguntas caían en tropel en los oídos de la pequeña que por cierto, se apresuró a estrechar fuertemente a Pintas por temor a que le fuese arrebatado.

-Es Pintas, mi más mejor amigo. Él nunca me ha fallado y siempre está ahí para hacerme compañía y escucharme cuando estoy triste o enfadada. A su lado nunca tengo miedo. El me protege y me ayuda. Le tengo desde siempre y lo traje conmigo cuando desde España me vine a vivir aquí y le tenía escondido dentro de mi mochila porque a él no le gustan los extraños. Y tú, Teresa, ¿no tienes ningún amigo como Pintas?

-No, Arancha, ninguna de las niñas que yo conozco tiene un muñeco de peluche. Mi país es un país pobre y mis padres – al igual que el del resto de mis amigos y amigas – no tienen dinero para comprar comida, cuanto menos para comprarnos juguetes. Además, según escuché una vez decir a los mayores, aquí no hay fábricas de juguetes y del exterior no entran casi productos de primera necesidad, menos pues van a entrar de otro tipo.

-¿Qué es primera necesidad?, preguntó Arancha.

-Las medicinas, la ropa, los alimentos, el combustible; así pues libros de cuentos, música, pizarrines de colores, acuarelas y juguetes mucho menos.

En ese momento, las dos niñas escucharon la voz de la mamá de Teresa llamándolas para que acudiesen a comer.

Si a Arancha la hubiese puesto su madre esa comida en su casa, la niña habría montado una trifulca de tres pares de narices pero, ante la perspectiva de quedarse sin comer, dado el hambre que tenía consideró que debía probar esa cosa extraña que habían depositado en aquel plato desportillado y opaco sin rechistar, fuese lo que fuese.

-Vamos, mi niña, comete todo lo que hay en el plato. La comida no puede desperdiciarse.

Arancha miró inquisitivamente a Teresa y ésta, viendo la cara de asco que ponía la pequeña por un lado y de asombro al escuchar tal frase, dijo:

-Vamos Aranchita, no lo mires con esa cara. Es arroz con frijoles negros, je,je,je, no te preocupes que no son bichos lo que tienes que comerte.

Arancha respiró aliviada, lo cual provocó una gran carcajada en su amiga y en el resto de los comensales. La verdad es que la criatura había llegado a pensar que esas pequeñas cosas negras redondas que coloreaban el arroz en ese mismo tono no eran sino pequeños escarabajos o algún otro insecto similar. Tan apesadumbrada estaba por lo que su nueva amiga la había contado anteriormente. Entonces la madre de Teresa le dijo:

-Verás niña esta es una comida típica de aquí, lo único es que dada la escasez que tenemos y puesto que compramos con racionamiento, he de suprimir la carne de cerdo para poder cocinarla otro día en otro plato. ¡Ay, la vida esta muy dura por aquí, mi hija!

Y entonces, ante la sorpresa de todos, la niña contestó:

-No lo entiendo. Yo vivo en este país y en mi casa no falta de nada.

En esta ocasión fue el padre de Teresa quien contesto a la pequeña.

-Aún eres muy pequeña para entender. La vida aquí es muy dura y difícil porque carecemos de todo; ahora bien, para las personas extranjeras no es así ya que el Gobierno de nuestro país dispone los escasos medios y recursos que tenemos para hacer que sus vidas sean más cómodas.

De pronto oyeron las sirenas de unos coches que se acercaban a la casa y en unos momentos seis policías – ante la presencia de un alto cargo político del país y de un diplomático español - entraban y se disponían a detener a los padres de Teresa por el secuestro de Arancha, cuando ésta gritando dijo:

-¡Dejad en paz a los papás de mi amiga Tere!

Al escuchar a la pequeña, el político nativo hizo un gesto y los policías se detuvieron. Después, el diplomático español habló con la pequeña que le explicó como se había escapado de casa para buscar a Marga – que a resultas era la hija de ese alto cargo político – y que unas niñas, entre las que se encontraba Teresa y la familia de esta la habían ayudado y cuidado. El diplomático español cogió a la niña de la mano y la dijo que tanto sus padres como su amiga Marga – al ponerse en contacto con ella – estaban muy preocupados y que ya era hora de regresar a su hogar poniendo punto y final a su aventura. Arancha, acompañada por Teresa, fue a la habitación y se colgó su mochila a la espalda mientras abrazaba a Pintas con todas sus fuerzas y le decía que estuviese tranquilo que todo iría bien. Encima de la mesilla dejó su monedero de Winnie Pooh y sus caramelos de fresa como regalo a esa familia que sin conocerla la habían tratado con tanto cariño, ofreciéndola todo lo que tenían por poco que fuese.

Ya en la puerta de esa casa tan a falta de belleza exterior pero tan llena de bondad y amor en su interior, Arancha se despidió de aquella buena gente y al entrar en el coche de la policía, de regreso a su confortable casa, escuchó una nueva y triste respuesta que su amiga Tere daba a aquella pregunta que ella había formulado minutos antes.

¿Por qué yo no tengo un osito de peluche al que hacer mis confidencias y en el que refugiarme, como tú?, ¿por qué nací aquí?, pues porque me tocó nacer en esta bella isla, Arancha, solo por eso.

Al oír eso, Arancha se bajó del coche y dirigiendo su mirada – al mismo tiempo que depositaba un beso en su frente – a su querido osito de peluche, le dijo:

-Pintas, cuida de Teresa tan bien como lo has hecho de mí.

Y, alargando sus brazos se lo entregó a esa niña isleña mientras decía en voz muy alta:

-Todos los niños deberían tener un osito de peluche que les pudiese acompañar y amparar en los momentos más difíciles de su vida. Los mayores no deberían privarles de ellos…


© Rosa María Castrillo Rodríguez

domingo, 7 de octubre de 2007

DE PRINCESAS Y CUENTOS

En esta ocasión voy a colgar una poesía. Cuando yo era pequeña solía leer muchos cuentos de hadas, creo que afortunadamente en la actualidad las niñas leen cuentos más reales. Mejor para ellas... A mí me ha ido fatal intentando encontrar al tal "príncipe azul". Pero antes y como hago siempre, una frase "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"En un beso, sabrás todo lo que he callado."

Pablo Neruda

DE PRINCESAS Y CUENTOS

No leas cuentos mi niña
De princesas y doncellas
No te vayas a creer
Lo que de ellas se cuenta
Mira que la vida es cruel
Que no hay príncipes valientes
Que nada importa a la gente
Si no es su propia verdad
Sus antojos, sus anhelos
Sus caprichos, sus deseos
Pese a quien pueda pesar
Ahora bien, sí has de creer
En dragones y madrastras
En brujas emponzoñadas
Maquiavélicas, malvadas
Esa es bien la realidad
Ten cuidado princesita
No las vayas a encontrar
Pues el amor que tú sientas
Ellas lo destruirán.

© Rosa María Castrillo Rodríguez

domingo, 23 de septiembre de 2007

EL VENENO DE TU AMOR

Un poema de desamor. Una de los momentos más tristes en la vida de cualquier persona es cuando un gran amor se rompe... Pero antes una de esas frases con sustancia.

FRASES CON SUSTANCIA:

"El amor es el dolor de vivir lejos del ser amado."

Anónimo




EL VENENO DE TU AMOR


QUE TE QUIERO CON EL ALMA
Y QUE DEJARTE NO PUEDO
QUE YO NO PUEDO OLVIDARTE
QUE ME NIEGO Y ME REBELO

VENENO HA SIDO TU AMOR
QUE SE ME METIÓ MUY DENTRO
DE TUS LABIOS LO BEBÍ
Y POR ÉL AHORA YO MUERO

QUE TE AMO CON LA MENTE
CON LA VIDA, CON EL CUERPO
EL TEMOR DE QUE ME DEJES
ME VA MINANDO EN SILENCIO

AMARGO VENENO ES
ME ESTÁ QUEMANDO POR DENTRO
Y SIN EMBARGO SIN ÉL
PRESA DEL HIELO ME SIENTO

QUE ME APARTES DE TU LADO
SERÁ EL MAYOR SUFRIMIENTO
NO ME RESIGNO A PERDERTE
NO LO ACEPTO, NO LO QUIERO

© Rosa Maria Castrillo Rodríguez

sábado, 22 de septiembre de 2007

EL HADA DENTINA

Este es un cuento infantil que escribí con mucho cariño pensando en dos niñas, hijas de una dentista que conocí hace un año. ¡¿Hay algo más bello que la sonrisa de un niño?!

Pero antes de editar este cuento infantil y como siempre quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere."
Elbert Hubbard (1856-1915) Ensayista estadounidense.

EL HADA DENTINA

Sonaba el despertador, las ocho de la mañana se presentaban así, sin más, y era hora de desperezarse y levantarse para ir al colegio. ¡Jo, si parecía que acababa de acostarse! La verdad es que Daniel había pasado la noche de forma bastante inquieta puesto que un extraño sueño logró mantenerle toda la noche con el corazón encogido…

Daniel estaba durmiendo placidamente cuando escuchó un ruido y despertó de golpe - con la mirada y desde su cama - echó un vistazo alrededor de toda la habitación. Estaba a oscuras, pero gracias a la farola de la calle se podía ver algo entre la penumbra. Nada, no había nada. De pronto y sin saber por qué dirigió sus ojos hacia el suelo y allí estaba él, un pequeño ratoncito regordote y mofletudo de color marrón claro y con unos ojos negros y brillantes que le miraba. Daniel se asustó, pero aún mayor que el sobresalto fue la sorpresa que se llevó al escuchar a aquel simpático animalito dirigirse a él diciéndole: “Hola chaval, vengo a por ti…”

-¿A por mí?, ¿por qué?, contestó el muchacho tan asombrado como preocupado ante semejante frase.
-Sí, hay alguien que tiene mucho interés en verte, y no te preocupes que nada malo te va a suceder. Agárrate fuerte a mí que nos vamos, dijo el ratoncito, pero antes me presentaré. Soy Mouse Pérez, emisario oficial de la reina Dentina que es el hada que se encarga de proteger y velar por los dientes de leche de los niños hasta su cambio por los que después será la dentadura definitiva o de adultos, mejor diría yo porque lo que es definitiva, definitiva… a pocos les dura tanto, je,je,je, comentó el ratoncillo entre ruidosas carcajadas.
-¿Y por qué a mí?, volvió a preguntar Daniel.
-Eso no puedo contestártelo yo, tendrá que ser la reina en persona la que responda a esa pregunta. ¡Menuda bronca me echaría si lo hiciese! Nada, nada, tendrás que tener paciencia y ahora dame tu mano que nos vamos…

Y antes de terminar la frase Daniel y Mouse Pérez desaparecieron de la habitación sin dejar huella.

-Ya hemos llegado, Daniel, ¿qué te ha parecido el viajecito?, ¿corto, verdad?, dijo Mouse Pérez con una sonrisa.

El niño enmudecido ante tantas cosas raras que le estaban pasando, se limitó a hacer un gesto de asentimiento. Miró a su alrededor y vio que todo allí era blanco, como si estuviese en la Antártida esa de la que tanto había oído hablar. A los lejos se divisaba un bello castillo de un blanco resplandeciente a causa de los rayos del sol.

-¿De qué material estará hecho todo esto?, se preguntó el niño. El caso es que nada aquí es frío, ni siquiera el suelo que piso y en ese instante el niño fue consciente de que caminaba con los pies descalzos. Sí, todo era en verdad muy extraño.

-Venga, espabila que la reina nos espera.
Daniel comenzó a caminar más rápidamente y enseguida se encontró allí, ante la puerta de ese maravilloso castillo. Las blancas puertas se abrieron para ser franqueadas por el muchacho y su ahora inseparable compañero de viaje.

El muchacho observaba todo sin pestañear. Una vez que entraron, se dirigieron atravesando el blanco patio hacia la sala del trono acompañados por dos pequeños ratoncillos blancos que eran la guardia personal de la reina. Y así, sin darse ni cuenta se encontró delante de la más hermosa criatura que jamás había podido contemplar: Su Majestad la Reina Dentina, la cual, al verle, le obsequió con la más bella sonrisa que nunca antes había visto y que de seguro jamás volvería a ver. Era en verdad un hada ya que sus alas plegadas podían verse perfectamente detrás de su cuerpo. Eran transparentes y brillantes. Sí, era una criatura irreal, fantástica, inimaginable y sin embargo estaba allí, ¿cómo podía ser eso posible? Todos estos pensamientos iban y venían a una velocidad frenética en la cabeza de Daniel hasta que escuchó a la melodiosa voz de Dentina decir:

-Bienvenido a mi reino, Daniel. Ante todo no te asustes. Te preguntarás por qué motivo te he hecho venir hasta aquí, ¿verdad?
-Sí, Majestad, contestó el muchacho, con un hilillo de voz que tembloroso salía de su cuerpo.
-Bien, enseguida lo sabrás pero antes, dedícame una gran sonrisa.

Daniel sonrió al principio de forma un tanto forzada, pero después al ver el brillo de alegría en los azules ojos de la reina, sonrió de oreja a oreja.

-Vaya, qué alegría me das. Sabía gracias a mis ayudantes – de los cuales el jefe es Mouse Pérez – que eres un niño que cuida muy bien de sus dientes y que los cepilla después de cada comida, especialmente antes de acostarse y que también utilizas un enjuague con sabor a fresa para desinfectarlos bien, por eso están sanos y blancos, como a nosotros nos gusta que estén y necesitamos.
-¿Necesitáis?, preguntó Daniel muy intrigado.
-Sí, Daniel, contestó la reina. ¿Acaso no te has dado cuenta de que aquí todo es blanco?
-Sí, Majestad y también que al no sentir frío no puede estar hecho de hielo.
-Bravo, buena deducción, exclamó Dentina. Veo que eres observador y muy inteligente. Hemos acertado en la elección, ¿no crees Mouse Pérez?, preguntó la reina mientras dirigía la mirada a su gran consejero ratonil.
-Por supuesto, Majestad, dijo el simpático ratón mientras la dedicaba un guiño.
-Te explicaré, Daniel, cuando a los niños se les cae un diente de leche uno de nuestro ratoncillos va a recogerlo siempre y cuando estén debajo de la almohada porque si no fuese así se volverían locos los pobrecillos para localizar algo tan pequeño y perderían muchísimo tiempo. Normalmente los dientes de leche son blancos y entonces nuestros emisarios a cambio de esos dientecillos y por haber sido bien cuidados dejamos unas monedas a modo de recompensa. Una vez aquí los utilizamos como materiales para construir todo lo que ves, desde el pavimento hasta las sillas. Sí, todo aquí esta hecho con el blanco marfil de los dientes de leche de los niños. Y por si aún no lo has adivinado estás en Dentland, el maravilloso y mágico país de los dientes.

Daniel no podía dar crédito a todo lo que oía. Él siempre había oído hablar del ratoncito Pérez, incluso había encontrado siempre monedas en el lugar en el que previamente la noche anterior había depositado cada uno de esos dientes y a cada vez; es decir, debajo de la almohada tal y como la reina Dentina acababa de decir pero él, al ir creciendo, pensó que eso era cosa de los padres y que en realidad nada de ello era cierto. Ahora, de repente se encontraba con todo esto. Era como para alucinar.

-¿Por qué yo, Majestad?, preguntó Daniel, esta vez a la persona adecuada.
-Muy sencillo Daniel, porque a pesar de tu edad aún conservas los colmillos de leche cosa no habitual a los 12 años y por ello, al ser mayor que el resto de los niños que aún los tienen, podrás ayudarnos a luchar contra Cariescón, el malvado ser que está haciendo que los niños abandonen los buenos hábitos de limpieza en su boca; además este ser despreciable ha inventado un spray con el cual – cuando los niños duermen – rocía la habitación y al respirar el compuesto nocivo del que esté hecho se introduce a través de sus naricillas y hace que las bacterias se multipliquen muchísimo y dañen los dientes a la velocidad del rayo. Daniel, hace meses que los ratoncillos no pueden poner monedas debajo de las almohadas porque los dientes de leche están todos picados. ¡Es horrible y tan doloroso para los niños!, además esas criaturitas están dejando de creer en la existencia del “Ratoncito Pérez”, que no es otro que Mouse Pérez, pionero de todo este invento que en su día hicimos él y yo para que los niños tuviesen una dentadura sana, por eso los humanos piensan que es sólo él quien va siempre a recoger cada uno de los dientes de cada uno de los niños del mundo.

-Majestad, ¿qué puedo hacer yo?, preguntó Daniel.
-Ayudarnos a atraparle, para eso necesitamos tu ayuda. Verás Daniel, ninguno de nosotros sabemos en qué lugar habita esa horrible criatura y él sólo sale de su escondrijo para ir a la casa de los niños cuyos dientes están próximos a caerse para hacer que se ennegrezcan y así que no puedan ser nuestros, ¿entiendes?
-Sí, más o menos, reina Dentina.
-No es muy complicado y además nosotros estaremos a tu lado para ayudarte, se apresuró en decir Mouse Pérez.

Hada Dentina y su fiel consejero explicaron al muchacho en lo que consistía su plan. Era sencillo e ingenioso a la par, con un poco de suerte y si el chaval no se ponía nervioso conseguirían atrapar al malvado y así los niños volverían a dejar llenos de ilusión sus blancos dientes debajo de la almohada esperando al célebre ratoncito Pérez.

-Daniel, pretendemos capturar al malvado mago Cariescón cuando vaya a picar ese colmillo que está a punto de caérsete, ¿por qué lo sé?, pues por la misma sencilla razón que él lo sabe: magia; pues bien, justo en el momento en que esté en la habitación y por supuesto antes de que utilice ese spray - cuya pócima ideó él - para así evitar que llegue a dañar tu dentición mis emisarios con Mouse Pérez al frente irán en cuanto tú hagas la señal y tranquilo ya sabes que en una millonésima de segundo van de un lado a otro. Nosotros estaremos muy pendientes. Ninguno podemos estar allí ya que Cariescón tiene un olfato tremendamente desarrollado y enseguida notaría la presencia de mis queridos ratoncillos. En cuanto a mí, imposible ir ya que si por un casual fuese capturada por ese rufián, sería el fin de Dentland y ni siquiera puedo imaginar lo que podría ocurrir con los dientes de leche de las pobres criaturitas desde que les empezasen a brotar. Comprendes, ¿verdad, Daniel?
-Sí, reina Dentina, perfectamente.
-Bien, tendrás que simular estar dormido y hacerlo tan magistralmente que Cariescón no pueda sospechar lo contrario o no aparecerá por allí. De ahí la vital importancia de que seas tú el elegido. Los niños pequeños no pueden aguantar el sueño y tampoco serían capaces de engañar al mago.
-Podéis contar conmigo, se apresuró a decir Daniel.
-Muchas gracias, no esperábamos menos de ti, Daniel, contestaron al mismo tiempo el hada Dentina y Mouse Pérez.

El muchacho se despidió de la reina y agarrando nuevamente la mano de aquel simpático ratón que ahora se había convertido en un gran amigo y compañero de aventuras, en un santiamén se encontró de nuevo en su cama.

Los siguientes días Daniel se mostró muy inquieto, tanto que su madre le preguntó en varias ocasiones si le ocurría algo o si estaba enfermo. El muchacho se pasaba el día tocando sus colmillos de leche para saber si estaban a punto de caer o no. Por fin al cuarto día de aquella extraña y emocionante visita a Dentland, el chiquillo creyó notar que el colmillo izquierdo de abajo se empezaba a mover tímidamente. Espero ansioso y un poco asustado a que se hiciese de noche para ver si llegaba o no el terrible mago a visitarle. Estaba intranquilo pues dudaba si sería o no capaz, ante la presencia de aquel personaje, de hacer la señal para que el ejército ratonil fuese en su ayuda.

La emoción no le dejaba dormir, afortunadamente pues no debía hacerlo, pero, ¿sería capaz de simularse dormido? Lo logró, porque ya avanzada la madrugada, la siniestra sombra del mago alertó al muchacho que, entreabriendo un poco más uno de sus ojos se percató de que efectivamente el desagradable visitante esperado había llegado. Sin perder un instante el chaval cerró profundamente el ojo – esa era la señal – y, Mouse Pérez y sus fieles compañeros, sin dar tiempo a que Cariescón pudiese sospechar algo anormal, se presentaron allí y, ante la sorpresa del mago que nunca hubiese imaginado la trampa tan bien preparada, capturaron con una reda mágica que les había entregado la reina hada Dentina al enemigo.

Ratones y niño comenzaron a dar brincos de alegría y a gritar: ¡Bravo, lo hemos conseguido! Mouse Pérez agarró fuertemente la mano del muchacho y antes de que éste pudiese reaccionar se encontraron ante la presencia de Su Majestad la Reina.
-Majestad, aquí traemos a Cariescón, dijo Mouse Pérez con una amplia y radiante sonrisa en su boca.
-Buen trabajo. Y a ti, Daniel, como héroe que eres, te nombro caballero del reino de Dentland.
-Muchas gracias, reina Dentina, dijo el valiente muchacho mientras hacia una reverencia.
-Y ahora Majestad, preguntó Maese Pérez, ¿qué haremos con Cariescón?
- La bellísima cara de Dentina se iluminó y, con una deslumbrante sonrisa dijo: “tranquilos, le convertiré en un tubo de pasta dentrífica interminable. Ese será su castigo y además así ayudará a evitar las caries y conservar dientes y encías sanos y… Dinero que nos ahorraremos en pasta de dientes…
-Todos los presentes rieron mostrando sus blancas e impecables dentaduras y dicho y hecho, Cariescón, aquel que había sido el peor enemigo de los dientes de leche se convirtió en el mayor de sus protectores.

Y ahora vosotros que decís, ¿fue un sueño o no?

© Rosa María Castrillo Rodríguez

EL VUELO DE LA PALOMA (Poema)

Hoy cuelgo aquí este poema que le dedico a un muchachito cubano que recién ha fallecido mientras cuidaba de sus palomas a causa de un accidente. Nunca le conocí pero viví esa noticia a través de gente que le quería y me tocó profundamente el alma.

Pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal."

Madre Teresa de Calcuta

Y también una palabra con sustancia. La palabra de cuyo origen voy a dejar hoy constancia aquí es la siguiente:

PALABRA CON SUSTANCIA:


Profecía.

1. f. Don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras


De Rosa para ese ángel que se nos fue.

EL VUELO DE LA PALOMA

Cuidabas de tus palomas
Con ternura, con candor
Cuando aquel cuervo celoso
A por tu vida voló
Extendiendo negras alas
Tu juventud se llevó

Tu alma, blanca paloma
Muy lejos volando está
Hacia manos amorosas
Que cobijo la darán
Anidando entre los buenos
Pues tú fuiste la bondad

Nunca llegué a conocerte
Ni tu nombre yo sabré
Pero sé que ya por siempre
Tú formas parte de Él.

© Rosa María Castrillo Rodríguez

lunes, 11 de junio de 2007

EL BUEN PASTOR


Palabra con sustancia:

SACRIFICAR

"Hacer y ofrecer sacrificios a la divinidad."

Frases Célebres:

"El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad."

Albert Einstein (1879-1955) Científico estadounidense de origen alemán.

Este relato que publico a continuación es fruto del dolor que me ha originado el que tú, Eugenio Peña Alomá, supuestamente, "mi buen pastor" consintieses que la pérfida loba (la enfermera/falsa luz) se entrometiese en nuestra relación, yéndote con ella y dejándome tirada.

EL BUEN PASTOR

Al buen Dios no le salían las cuentas, una de sus más amadas ovejas se había perdido envuelta en una espesa niebla. La oveja caminaba hacia un precipicio y sufría mucho y tenía miedo porque no era capaz de encontrar el camino de regreso. El Señor sentía el amargo llanto del alma de su querida oveja y entonces envió al buen pastor a buscarla para que la condujese de nuevo al redil. El buen pastor la encontró y la llevó consigo recibiendo a lo largo de todo ese camino las más sinceras y cariñosas muestras de afecto que la oveja agradecida podía darle por haberla librado del abismo en el que se hallaba. Durante un tiempo la blanca ovejita pastó feliz por los bellos y verdes prados rodeada de los mimos del buen pastor hasta que, debido quizá a un descuido o una mala tentación, el buen pastor dejó entrar en el redil a una loba disfrazada de oveja. Poco a poco la loba disfrazada de cordera se fue apoderando de la mente y del alma del buen pastor hasta que un día – y ante la impasible mirada este – se decidió a atacar a la oveja del Señor. La sangrienta loba clavó una y otra vez sus afilados colmillos en la pobre oveja que imploraba con su mirada la ayuda de aquel a quien tanto quería: su buen pastor, mientas sufría dentellada tras dentellada el ataque de la loba; pero el pastor no hizo movimiento alguno por liberarla de la agonía y el sufrimiento al que estaba siendo sometida, consintiendo con su actitud la afrenta que la loba con piel de oveja estaba haciendo al Señor, su Dios, hasta que la blanca carne de la oveja fue desgarrándose quedando mortalmente herida.

El Señor había percibido el desgarro del alma de su amada oveja pero no podía ni debía hacer nada ya que era una prueba a la que había sometido al pastor para saber si podía o no confiar en él. Poco después Dios se dirigió al pastor y le pregunto.

-“Buen pastor”, no veo por aquí a mi amada oveja, ¿dónde está?

El pastor que se hallaba acariciando a la loba disfrazada de oveja se quedó pálido al escuchar la voz de su Dios, y no sabiendo que responder comenzó a llorar al darse cuenta del mal que había hecho.

Y entonces Dios le dijo:

-“De nada te servirá el llanto. Dejé a tu cuidado una blanca oveja muy querida por mí y tú has consentido que el mal la haya destruido. No mereces estar al cuidado de mi rebaño. No eres digno de mi confianza. Te expulso para siempre de mi prado”.

Pues lo dicho, que sea El Señor quien juzgue a las personas que así se comporten. Él verá lo que hace con todo aquel “buen pastor”, que demuestra no serlo y con toda aquella loba disfrazada de cordera. Dios es justo y justicia hará.

© Rosa María Castrillo Rodríguez

domingo, 10 de junio de 2007

"VIDAS" (Poema)

Hoy voy a editar un poema que escribí hace varios años y que forma parte de un poemario titulado: "Esencia". Pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"Purifica tu corazón antes de permitir que el amor se asiente en él,ya que la miel más dulce se agria en un vaso sucio."

Pitágoras de Samos


VIDAS


Nuestras vidas transcurrían
Por caminos diferentes
Sendas que estaban escritas
Por un ente, previamente
Tú en tu monotonía
Y mientras, yo, en la mía

Y entonces nos conocimos
Pues eso quiso el destino
Se cruzaron ya por siempre
Tu sendero con el mío

Tus pasos iban despacio
Tus zapatos ya gastados
Por tanto y tanto vivido
Por el peso de los años

Los míos más bien bailaban
A mis pies más parecía
Les hubiesen crecido alas
Me sentía tan feliz
Al saberme por ti amada
Que no me pesaba el alma

El destino así lo quiso
Se cruzaron nuestros sinos
Para caminar muy juntos
Combinando amor, dolor
Y dulzor con amargor
Los besos y los adioses
Un te tuve y no te tengo
Y el hasta siempre, mi amor.

© Rosa María Castrillo Rodríguez

sábado, 2 de junio de 2007

DISCREPANDO CON DARWIN

En esta ocasión voy a editar un relato tipo ciencia/ficción; o lo que es lo mismo una realidad que pocos son capaces de ver, je,je,je... ¡Y es que hay que tener "muy buenos ojos" para ver tanto y tan lejos...!Pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”. FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:"El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra."JesucristoHe escogido esta frase porque tiene algo que ver con el relato que voy a escribir a continuación y además porque dice mucho de aquel maravilloso Ser que la pronunció porque en ella él mismo reconoció aquella reacción que tuvo en el Templo, al ver lo que los sacerdotes habían hecho con la casa de su Padre.Bien pues ya, sin más dilación paso a editar:DISCREPANDO CON DARWIN(DARWIN... ¡NO ME COMAS!)Y como diría aquel...  Con permiso de Darwin.Y como digo yo... Stephen Hawking puede decir misa que yo digo cánticos gregorianos. Lo bueno del origen de la vida en el planeta Tierra y del Cosmos y todo ese gran tinglado de preguntas que se hace el hombre y que yo no sé a causa de qué ya que nos va a dar igual que nos va a dar lo mismo, porque nos vamos a quedar sin aclarar las respuestas... y encima, luego hay que estudiar esas teorías  en el colegio...Pues bien yo tengo mi propia teoría e incluso he encontrado para demostrarla el famoso eslabón perdido...He de reconocer que la idea en sí no me ha venido por inspiración  divina; es decir, por obra y gracia del Espíritu Santo como a los santos Apóstoles. No, a mí más bien se me ha encendido la lucecita recuperando uno por uno retazos de mi memoria con respecto a libros leídos, conversaciones mantenidas y noticias escuchadas en los medios de comunicación. Total, yo, cual barman, lo único que he tenido que hacer es agitar la coctelera y... ¡Voilá! ¿De dónde venimos? Pues yo - y no es por ser racista, pero hasta en esta teoría hay razas – diría que en este planeta nuestro convivimos dos razas: La pura y la no pura. ¡Descabellada idea! ¿Puede? Pero, un poquito de atención y luego... ¡A criticar!Desde mi más tierna infancia contemplé con gran credibilidad e incluso con entusiasmo inusitado la existencia de vida en otros planetas (mi madre siempre se metía conmigo a causa de esta fe ciega). Y cuando por sorpresa, aún siendo muy jovencita,  comprobé a través de un programa de televisión del doctor Jiménez del Oso que esa idea era compartida por más gente me sentí aliviada... ¡No estoy tan loca como dice mi madre!  Luego llegó el apoteosis para mí, cuando me vi gratamente sorprendida al leer un libro de J.J. Ramírez acerca del tema en el cual, y nada más ni nada menos relacionaba a Jesucristo con los extraterrestres...¡Guauuuuu, ahí es ná! Me refiero a "El Enviado". Ni corta ni perezosa me lancé a la búsqueda de nuevos datos que me hiciesen acariciar tan encomiable idea... Y caí, nada más y nada menos, que en los brazos de un tal Enoch, del cual leí un libro titulado “El libro apócrifo de Enoch” o algo así creo recordar, que no sé si recordaré bien ya que mis neurotransmisores han de ir en barco para recorrer la distancia de neurona a neurona que existe en mi cerebro que ya más que lagunas son auténticos mares que pronto pasarán a ser océanos... Pero bueno, como iba yo contando, resulta que en él iba descubriendo como pasajes de la Biblia se relacionaban ante mi asombrada e ilusionada mirada con esos seres de otras galaxias venidos aquí. ¡Ah, es que se me ha olvidado decir que el tal Enoch debió de vivir por aquella época!Toda esa información quedó procesada en mi cerebro (cuando aún había suficiente materia gris dentro) y archivada en algún recóndito rinconcito. Después ya se sabe, una empezó a buscar trabajo, por suerte lo encontró; más tarde conoció y salió con un chico y luego con otro y después otro y otro y... hasta que un día le pillo con el “tontillo” subido y se casó. A consecuencia de tal decisión nació el primer hijo – en este caso hija – y... ¡Joer, estaba la vida como para pensar en ovnis! Tan sólo al ver alguna película tipo 2001 Odisea en el espacio, “El Planeta de los Simios” o una famosa serie de hace años – muy exitosa – denominada “V”, me hacían evocar aquella etapa de mi vida, esa de “me lo creo todo”.Han transcurrido uno cuantos años desde todo aquello y a través de las noticias (esta vez constatadas) de los noticiarios televisivos, he ido – al igual que la mayoría de los españolitos de a pié (y no españolitos y no sólo de a pié, también de utilitario) – comprobando los avances científicos, tecnológicos y astronómicos,  tanto en nuestro País como en los otros y me refiero al campo de la genética. Desde aquella niña probeta, la primera que nació en Inglaterra (si mi memoria no me falla, que ya os he dicho en qué condiciones está y no tengo ganas de buscar en el Google. Estoy vaga, mala suerte), hasta aquella ovejita clonada “Dolly”, motivo de tanta controversia – y no es para menos – hasta el genoma humano y que decir de las células madre... ¡Madre mía! Que sí, que sí, que todo eso está muy bien, pero es un poco jugar a ser Dios.Y de todo esto y de mi voluntariado como “abejita vampira y recolectora de sangre” se fue urdiendo en mi cabecita la tan ¿disparatada? tesis acerca de nuestro origen en la Tierra.Porque digo yo que si en la actualidad el hombre (bueno algunos con mala leche) quieren colonizar planetas para seguir jodiendo la pava, una vez acabado de joder el nuestro, para que unos pocos acaudalados y algunos hombres de ciencia  - a los que luego no harán ni repajolero caso – se vayan a vivir una vez que aquí esa posibilidad sea inexistente, ¿quien me dice a mí que no ocurriese eso mismo (como indican algunos) con nosotros y nuestro planeta? Desde mi punto de vista, existió una civilización muy superior a la nuestra y me refiero en la actualidad, a la que tenemos ahora y no en la época de Enoch – que de eso no hay duda – en algún lugar del universo y que no debía de estar demasiado lejos a eso de los años luz, porque venían cada dos por tres sus ángeles o enviados; a menos que viajasen en algún agujero gusano de esos que hablan los astrofísicos que son muy listos y lo saben todo... Y tururú corneta.Pues bien, una vez comprobado que existía posibilidad de vida, se limitaron a esperar y de ahí los diferentes nombres dados a Dios, porque tuvieron que esperar un buen ratito... Y mira por cuanto y la vida brotó y surgieron numerosas criaturas, y ellos comenzaron una investigación a gran escala... Experimentos que se dice en mi pueblo y eso sí, realizados a granel en este laboratorio que suponía el planeta Tierra, pero... ¡Hay que fastidiarse!, pues nada que mezclaban su ADN con unos y con otros y que no hay tu tía. Pero ellos, “r” que “r” no cejaban en su empeño, no les quedaba más remedio ya que posiblemente su planeta andaba tocado del ala y querían asegurar su supervivencia (bueno la de los de siempre, la de los pobres no que no valemos tal esfuerzo; supongo que era su manera de “fabricar” una raza aria con los supervivientes que ellos escogerían de su planeta... Lo mismo que harían los de aquí, si llegase el caso, por muy demócratas que se consideren). Y como siempre ocurren las cosas, por casualidad, a alguno de esos extraterrestres se le ocurrió mirar hacia arriba y contempló un animal insólito que no vivía ni en el agua ni en la tierra. El tal animalito vivía colgado de las ramas de los árboles (grandes, muy grandes en aquel tiempo), se trataba de un mono. Pero no era un mono cualquiera... Y ahora viene lo más misterioso de mi explicación acerca del origen del hombre y que sintiéndolo mucho echaría por tierra la teoría de la evolución de Darwin (con permiso, insisto); ese mono era un mono al cual posteriormente denominaron Macaco “Rhesus”. Sí, habéis leído bien, Rh ¿os suena de algo? Pues si, exactamente esa es mi teoría...En el ser humano (a veces y otras – las más – inhumano) circulan litros de sangre de color roja, por más que digan eso de que si la sangre azul de los nobles. Mentira, eso ya no se lo creen ni los niños de educación infantil... Y a pesar de que algunos en lugar de sangre parece que tengan horchata de lo apáticos que son. Pues bien, esa sangre se divide aparte de en grupos (A, AB, O) en factores y tan sólo existen dos: Rh positivo y Rh negativo... ¿Capicci?Pues para mí y que esto quede entre nosotros (no sea que me “birlen” el Nobel del próximo año) que los extraterrestres eran Rh negativo; es decir que ellos no tenían Rh (eran puros, sin mezclar con los monos) y por tanto los que pertenecemos al factor Rh negativo somos descendientes de esos seres extraterrestres, mientras que los que tienen factor Rh positivo son descendientes de aquellos monos (y ahí sí le doy la razón a Darwin) y de los extraterrestres; es decir, fruto de aquellos experimentos que llevaron a cabo para crear seres a “su imagen y semejanza”.En cuanto al eslabón perdido, pues desde mi punto de vista y dado que es el grupo menos frecuente y por tanto más difícil, diría que los pertenecientes a AB lo son. Ellos, sin duda,  fueron los primeros humanos híbridos, je,je,je... Y luego la raza humana se fue mejorando y diversificando en diferentes grupos. En espera de que mi gran labor científica - elaborada desde el sillón de mi casa - sea reconocida por la comunidad de cerebritos del mundo, os deseo al menos que hayáis pasado un rato entretenido con este relato.© Rosa María Castrillo Rodríguez

martes, 29 de mayo de 2007

LAS ALMAS BLANCAS

Pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"En tu relación con cualquier persona, pierdes mucho si no te tomas el tiempo necesario para comprenderla."

Rob Goldston


Y ahora si,hoy voy a editar algo muy especial que escribí hace bastante tiempo. Al principio a este relato le puse el título de “La teoría de las almas blancas” al tratarse de un compendio de reflexiones filosóficas basadas en mis dolorosas experiencias personales – como tantos otros en esta vida -, en intuiciones (soy una mujer muy intuitiva, demasiado por desgracia) y en ideas que me bullían en la cabeza hasta que, como piezas de un puzzle puede encajarlas y así escribir este relato. El caso es que ese título me pareció algo pretencioso y he preferido cambiarlo y editarlo bajo uno más sencillo, más como soy yo: “Las almas blancas”. Yo soy una de ellas. Ya comenté que soy algo “rarita”, quizá demasiado espiritual para la época en la que vivimos. Ya no estamos en la era de Acuario...

Algunos creen que vienen al mundo solo a disfrutar y que todo se les ofrece como un regalo sin que ellos den nada a cambio, quizá porque son egoístas. Otros en cambio piensan que a este “valle” se viene nada más que a sufrir y derramar lágrimas;tal vez porque son masoquistas. Yo creo que la vida es un camino hacia algún lugar y que en este camino hemos de vivir ambas situaciones, ambas experiencias como una especie de prueba a la que somos sometidos para que nuestra alma pueda pasar a nuestra muerte a otra dimensión.


LAS ALMAS BLANCAS


No, si al final voy a tener que dar la razón a los creyentes de una u otra religión. Algo me ha hecho volver a retomar unas ideas que flotan por mi cabeza desde hace casi tres meses y a resultas de... Bueno, eso no viene a cuento. Hay algo que intuyo, seguramente se tratará de un disparate, pero... ¿Creer en algo que no se ve, llámese como se llame, acaso no lo es? ¿Y matar o morir por ello? Y... ¿Acaso no es mejor pensar, cavilar por uno mismo antes que dejarse arrastrar por lo que otros decidan que es lo cierto? Más aún ¿No es preferible buscar uno mismo una explicación, una respuesta por muy loca que sea, a no buscar ninguna?

Finalmente me revelaré ante mis propias creencias (no creer) y al igual que la mayoría de los seres de mi misma especie empezaré a creer en algo y a buscarlo. Sí, porque cuando la vida deja de tener sentido (si es que alguna vez lo ha tenido) hay que encontrárselo.

He ido uniendo en mi mente unas y otras ideas, pensamientos, sentimientos, dudas y preguntas y ahora las transcribo en un papel bajo el nombre de “la teoría de las almas blancas”; aunque también podría ser denominada “la teoría de las puertas”.

Desde jovencita siempre me pregunté por qué estamos aquí, en la tierra y por qué somos diferentes al resto de los animales (concepto de alma). También por qué conocemos a las personas, por qué nos cruzamos con tanta gente a la que después no volvemos a ver ni, en la inmensa mayoría de los casos, a tener noticias. Pero es ahora, hace unos meses y a consecuencia de las últimas vivencias que he llegado a experimentar cuando me he parado a reflexionar para intentar encontrar respuesta a esas preguntas. Me di cuenta de la existencia del alma cuando me la arrebataron...

Mi teoría es la siguiente:

Supuestamente (y de alguna manera en ello me basaré) nuestras almas al nacer traen a cuestas la carga de un pecado original (a su vez esto lo enlazaría con mi teoría acerca del “darwinismo”que ya editaré otro día) que según la religión católica en cuyo seno nací – aunque después no "crecí" – queda perdonado tras el bautismo. Pues bien, retomando esta idea del pecado, yo lo transformo en una mancha oscura, negra, que abarca la totalidad del alma y que lógicamente para alcanzar el estatus que le corresponde como realmente hijos que somos de ese Dios y para poder reunirnos con El Creador, hemos de purificarla. Desde esta concepción habría diferentes tipos de alma; mejor dicho tonalidades de alma. Eso es lo que fundamenta esta teoría y lo que a continuación detallaré.

Hay personas que nacen con una gran cruz a su espalda y que ni siquiera lo saben. Vienen a esta vida a no disfrutar de ella todo lo que deberían e incluso si se me apura diría esa frase que tantas veces he escuchado: “Venir al mundo a sufrir”. Son personas que nacen y viven para perfeccionarse como almas, para alcanzar el estadio siguiente del espíritu como todos los que estamos en este espacio y tiempo; ahora bien esas personas proceden de anteriores espacios y tiempos en los cuales no han sido capaces de "limpiarse" todo lo debido. Según esta teoría, lógicamente, todos hemos de pasar por estas fases ciclícas hasta completar el ciclo cósmico y si en los diferentes ciclos hemos conseguido que esa negra mancha desaparezca en su totalidad (los santos por ejemplo lo han conseguido en el ciclo vital que han vivido en la tierra) podremos formar parte del Creador, pero no todos lo conseguirán. Habrá algunas almas que no llegarán a conseguir esa meta...

Creo que hay personas que tienen el privilegio de servir a los demás: las almas blancas. El resto del mundo y me refiero lógicamente a las almas que no son blancas dan en llamarlos: “tontos”. Creo que las almas blancas están más cerca del Creador. El blanco de su color no significa que sean totalmente puras e incluso un alma blanca suele tener manchas negras de mayor a menor tamaño al nacer y esa también es su lucha: ir eliminándolas ciclo tras ciclo. Un alma totalmente purificada ha de ser transparente, sin color alguno; de tal forma que a través de ella se pudiese contemplar la falta de maldad y la grandeza del alma en sí misma.

Las almas blancas tienen la facultad de dar, de ayudar, para asimismo y mediante este “bien hacer” purificarse. Para su mejor comprensión pondré un ejemplo. Una joven que tenía que cursar un 2º de bachiller de ciencias de la salud había escogido francés como optativa ya que se veía totalmente incapaz de aprobar las matemáticas en ese curso. Una vez matriculada, recibe la llamada del jefe de estudios de su instituto diciéndola que no hay posibilidad de hacer un grupo de francés por problemas de cuadratura de horarios y que tenía que optar sin más solución por las matemáticas. Pues bien, después de que la madre de esa joven hablase con él, el jefe de estudios estuvo revisando y tratando de cuadrar los horarios hasta que dió con la solución y finalmente la joven se pudo librar de las matemáticas. El tal profesor merecería un regalo ¿o no, pues? No sé cómo será el alma de ese jefe de estudios, pero sé que ha recibido el mejor regalo que se le puede dar y que él jamás podría imaginar; el regalo ha sido la posibilidad de ayudar a otro ser humano, de hacer el bien. El verdadero regalo ha sido limpiar, “blanquear” un poco su alma, acercándola un poco mas a esa alma transparente que sería la perfección absoluta: La unión al Creador.

También contribuye a este blanqueamiento del alma, el simple hecho de contactar con el alma de las personas con las que no encontramos a diario, bien en el metro, autobús, en el mercado, en un bar... ¡qué se yo, en cualquier parte!

Una simple sonrisa, un gesto, una mirada que transmita cariño, el ayudar a subir unas bolsas de la compra a una vecina. Todas esas cosas dejan una huella, una energía positiva en el alma de la otra persona, de la receptora y también – y esta es la teoría – ayudan a “limpiar” las respectivas almas. No hace falta un gran contacto para ello. Sí, creo que por eso nos encontramos unos con otros, por eso vamos conociendo a personas que aunque en un principio pensemos que no significan nada en nuestra vida, pues sí lo hacen. Por ejemplo si una persona va sentada en el autobús y sube otra persona o bien sea anciana o embarazada o una madre con su hijo pequeño y se la cede el asiento... Sí, según esta teoría hemos contribuido a – mediante este simple hecho – tornar nuestra alma un poquito más blanca y al mismo tiempo la de la otra persona prepararla para que llegado el caso haga lo mismo y blanqueé la suya. ¿Acaso no nos sonríen esa persona a la que se cede el asiento? Es un mensaje de su alma.

A una compañera mía, no la dejaban hacer un cursillo de formación profesional, por no tener los estudios mínimos; es decir el nivel de la E.S.O., algo totalmente injusto desde mi punto de vista ya que a nuestra edad, pues sabrá Dios los motivos que esa mujer tuvo para no poder acceder a esos estudios; seguramente por problemas económicos en su familia. Es una mujer que vale mucho, y lo ha demostrado – al menos – en la práctica, aunque puede que a nivel de adquirir conocimientos tenga problemas.

Y entonces, Ana, la profesora me miró y me preguntó: “Entonces Rosa, ¿tú crees que por ser buena persona me va mejor? Y yo la contesté: “No, al contrario”. Nuestras miradas fueron más allá, sentí que traspasábamos algo y vi que me comprendió.

Y que decir de esos ángeles sin alas. Me refiero a los mal llamados “errores de la Naturaleza”. Sí, los niños nacidos con el síndrome Dowm; es decir, con un par de cromosomas más. No, no creo que sea tal error, para nada. Esos niños son sin duda los seres más próximos al Creador. De seguro que su ciclo en la Tierra será el último y pasarán a unirse al Creador sin necesidad de seguir completando su ciclo cósmico en otro espacio y tiempo. Ellos son seres inocentes, carentes de maldad y llenos de ternura y además dan a otros – las personas que les cuidan y les tratan con cariño y sin discriminar o reír – la posibilidad de limpiar sus almas para acercarse así al Creador o… alejarse aún más, según el trato que den a estas criaturas para mí, insisto, verdaderos ángeles sin alas en nuestras cotidianas vidas. Todo aquel que necesita de los cuidados de otros está dando a estos la posiblidad de blanquear su alma en su ciclo vital en el espacio y tiempo que le toca vivir aquí en la tierra. No hay que renegar de tener a familiares discapacitados a cargo de uno, o a los ancianos padres cuando ya no pueden valerse por sí mismos porque ellos están, sin saberlo, ofreciendonos el regalo más maravilloso que puede existir: cerrar el ciclo "con matrícula de honor".

A veces, muchas, se encuentran dos almas blancas y entonces surge una corriente de simpatía muy fuerte y estrecha entre ellas. Se ayudan mutuamente, es lo más bonito. Y a veces, por el contrario, un alma blanca se topa con otra alma que no es en concreto a “ella” a la que necesita y simplemente se alejan una de otra sin contacto alguno, sin siquiera una mirada (la gente que camina por las calles, por ejemplo). Doy por hecho que esa alma irá en busca de otra alma blanca que por el motivo que fuese pueda compatibilizar mejor con ella. Y otras veces, las menos encontramos un alma blanca gemela (no todas las "almas gemelas" son blancas...)que puede ser de dos tipos: de amor o de amistad. El contacto entre ellas es lo más maravilloso que puede existir y la perdida de ese contacto lo más doloroso que pueda existir ya que se siente el desfallecimiento del alma, su falta y la incapacidad del individuo para proseguir el camino hacia la verdad. Se sumerge en la más oscura tiniebla: el infierno. El infierno de vivir una existencia sin alma, sin que nada le importe a uno, sin afecto, sin nada. La ausencia del alma le convierte a uno en un zombie sin esperanza de rescatar aquello que le acercaría al sumo Hacedor, al carecer ya de la herramienta para tal menester.

¿El alma duele? Sí y duele mucho. Cuando se nos rompe el alma – y es un hecho cierto – aparte del gran dolor que hemos de sufrir, también se nos queda un vacío terrible, imposible de soportar; a veces es tan grande que puede derivar en un estado de no normalidad en la persona. ¿Por qué se puede romper el alma? Pues tal y como he dicho anteriormente cuando dos almas gemelas se encuentran, ambas se impregnan, la una de la esencia de la otra, si nada rompe esa unión anímica permanecerán unidas por y para siempre; por el contrario si algo quiebra esa unión ambas permanecerán por y para siempre incompletas ya que a cada una de ellas le faltará la parte que la otra tiene, la que depositó en el otro alma bien sea por amistad o amor (casi siempre es más por amor, al ser este el sentimiento más fuerte que el ser humano posee).

Pero las almas blancas tienen un gran problema. Son demasiado sensibles: todo les afecta. A veces ese camino que tienen que recorrer recibiendo múltiples y profundas heridas al ser traicionadas, golpeadas, rotas en tantas y tantas ocasiones se hace demasiado cuesta arriba, terriblemente duro. Hay ocasiones en las que no se supera y un alma blanca – que sufre muchísimo – se ve abocada a su propia destrucción mediante el suicidio.

Ahora bien, en ellas está a su vez y ahí radica su fuerza el poder “salvar” otras almas al lograr que como resultado de su ayuda puedan adquirir o bien ese color o bien ir quitándose el negro. Un alma blanca posee la ingenuidad de un niño y por tanto es una fácil presa para el engaño, pero eso sí y por tal motivo, si un alma blanca cierra la puerta al alma del individuo que le ha causado un mal innecesario, este individuo por más que haga contraerá una deuda anímica que no podrá solventar ya en esa vida, en este mundo y según el daño hecho y sus posteriores acciones puede que la puerta le sea cerrada al mismo tiempo en sucesivas estadios no permitiéndole alcanzar el denominado cristianamente “estado de gracia”. Pondré un ejemplo más ilustrativo:

Una amiga mía (alma blanca, desde mi perspectiva) conoció a una persona – ella es muy intuitiva – que era muy desconfiada, discutían a menudo ya que la otra persona siempre pensaba que le atacaban, en cualquier comentario “sacaba punta” y sin embargo mi amiga me decía: “¡No sé por qué no le mando a la porra y paso de él!”. Yo sí sé la respuesta. El motivo es porque esa persona (cuya alma es desconfiada y oscura) necesita ir blanqueándose y si mi amiga le cierra la puerta, habrá perdido la ocasión de avanzar y pasar de estadio. Él no es un mal individuo y desde luego con mi amiga (aunque no con la mayoría) y seguramente sin que él sepa tampoco el motivo, siempre se ha portado de manera correcta. La puerta la sigue teniendo abierta.

Sí, porque según mi teoría, a este mundo y con nuestras respectivas vidas venimos (tal y como he dicho) a purificarnos, a prepararnos para después de morir acceder a otro espacio diferente (creo que debe de haber más de un cielo, por así llamarle) en el que seguiría purificándose y así sucesivamente hasta el último estadio. La perfección, la totalidad de energía positiva en el alma o dicho de otra forma el cielo. Por el contrario y si no lo puede alcanzar iría en lugar de subiendo, bajando de estadio hasta llegar a ese denominado infierno que no sería sino el desconocimiento del ser Supremo y la negatividad total del alma, puesto que en ella ya no habría absolutamente ninguna energía positiva.

Lógicamente con esta teoría doy por hecho que no se trata de una reencarnación del individuo en sucesivos cuerpos y en sucesivas vidas dentro de este espacio nuestro denominado planeta Tierra.

Por eso creo que tanto si encontramos almas blancas o no en nuestro camino, lo mejor será procurar ayudar y hacer el bien en todo lo posible... No sea que nos cierren la puerta y no dejen sin posibilidad de llegar al ser Supremo, al conocimiento, al saber; o lo que es lo mismo para mí, al cielo...


Madrid, 30 septiembre 2005
© Rosa María Castrillo Rodríguez

domingo, 27 de mayo de 2007

EL PAJARITO QUE CAYÓ DEL NIDO

Y ahora como una es un tanto polifacética (no escribiré nada del todo bien, pero escribo de todo)y por si alguien lee esto y luego le toca contar un cuento a alguno de sus hijos - tal y como me ocurría a mí -, voy a editar el primer cuento infantil que escribí e incluso puede que el primero que inventé precisamente para la mayor de mis dos hijos: Silvia. A ella le encantaba y años después a su hermano también. Pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible."

Mahatma Gandhi



Y ahora estaos calladitos porque voy a empezar a contaros un cuento... Schssssssssss

EL PAJARITO QUE CAYÓ DEL NIDO

Una tarde paseaban por el campo un niñito adorable (Javierito era su nombre) con su perrito “Planck”. Ambos eran inseparables y al niño le encantaba corretear por los campos de cultivo, pisando trigo y cebada - no pasa nada, no se estropean por ello -con sus piececitos y viendo como casi le tapaban. A “Planck” no le hacia gracia, porque luego le picaba todo el cuerpo, pero quería tanto al niño que le acompañaba en sus “pequeñas travesuras”.

En esas estaban cuando repentinamente el cielo oscureció, a pesar de que aún era media tarde. Estaban un poco alejados de su casa y el niñito dijo: “Vamos, Planck” démonos prisa o nos pillará la lluvia”. ¡Qué manera de correr, a su perro se le hacía muy fastidiosa la simple idea de mojarse...!

De todas formas la tormenta estalló en un momento. Los rayos no cesaban de caer y los ensordecedores truenos les hacían temblar pero no podían parar; a pesar de estar agotados de tanto correr. La lluvia incesante no dejaba de caer. Estaban calados hasta los huesos.

De pronto y casi milagrosamente, de entre el ruido del viento, la lluvia, los truenos, y el propio sonido de su jadeante respiración y del incesante tic-tac de su corazón producido por el miedo a los relámpagos, el niño logró escuchar, justo allí, debajo de un árbol el piar de un pajarillo. ¡Detente Planck. Estoy escuchando algo! Pero su perro, ni loco quería pararse; en eso estaba pensando él... Agarraba por el pantalón a su amito para que continuase el camino hacia su casa, pero el niño le dijo: “No, Planck. Seguro que es un pajarillo que ha caído de su nido y nos necesita. Le ayudaremos”.

“Planck” tuvo que aceptar la orden, aún a regañadientes... Ayudó a buscar al pajarillo y en un momento lo encontraron. Era un pequeño y regordete gorrioncito que casi con total seguridad no sabía volar y se debió de caer, por culpa del viento, de su confortable nidito. El niño trepó al árbol, pero encontró el nido vacío y no quiso dejar al gorrioncillo otra vez solo, allí, en mitad de la tormenta. Además parecía que el pobrecito se había lastimado una de sus alitas al caer.

Por fin llegaron a casa. El niño, enseguida - y bajo la atenta mirada un poco celosilla de Planck -, preparó una cajita de cartón y la rellenó de algodón; a continuación con unas gasas y agua tibia y jabonosa, limpió al pajarillo y con todo el cuidado del mundo le curó y vendó el alita dañada. Después, seguido por Planck, fue a la cocina y echó en un cuenco leche tibia con miguitas de pan y se lo dio a comer al pajarillo. Al principio, el pajarito asustado, no quería comer, pero con mimo y tesón el niñito consiguió que su nuevo amiguito comiese.

Pasaron unos días y “Cuco” así llamó el chiquillo a su pajarito, por fin se restableció. Entonces Javierito decidió que tenia que enseñarle a volar antes de dejarle de nuevo en libertad. Y puso manos a la obra, Planck lo miraba como si pensase: “¿Cómo un humano que no sabe volar pretende enseñar a un pájaro que debería saberlo por sí mismo...?”

Pues con mucho amor lo consiguió... Pero mientras tanto, en esos días, los angustiados padres del pajarillo, al encontrar su nido vacío, habían estado buscando a su cría, por todos los lugares; día tras día, noche tras noche.

Y sucedió que uno de esos días, la búsqueda tuvo su fruto y le encontraron. Al ver al niño humano, junto al pajarillo, imaginaron que aquel niño estaba haciendo daño a su cría y empezaron a volar alrededor de él, dispuestos a picotearle por todo su delicado cuerpecito.

Pero “Cuco” en cuanto vió a sus padres, les dijo con su pío-pío: “Papá, mamá, este es mi amigo, gracias a él me salve de la tormenta.” Entonces el pajarillo les contó todo lo que había ocurrido, mientras ellos habían salido a buscar comida para él, y de qué forma el niño y su perro le encontraron, cuidaron e incluso ayudaron a aprender a volar.

Quedaba lo más triste: despedirse; incluso Planck le había cogido mucho cariño a ese regordete intruso. Finalmente el pajarillo, con ojillos brillantes, voló junto a sus padres, hacia su nido.

Pero, como a mí no me gustan los finales tristes...

Todos los días, nada más amanecer, los tres pajarillos llevaban en sus picos florecillas silvestres para depositar en la ventana del niño a modo de "buenos días" y le despertaban con sus lindos gorgoritos y sus pío-pió.

Y como me decía mi madre a mí de chiquita: colorín colorado, este cuento se ha acabado.

© Rosa María Castrillo Rodríguez(año... ¡Uff, o más…!!)