jueves, 25 de octubre de 2007

¡AY DIOS!... ¿HAY DIOS?

Hoy voy a editar en este blog un nuevo relato pero antes os dejaré una de esas perlas de sabiduria dicha por algún personaje célebre y a las cuales denomino frases "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante."

Anónimo


¡AY DIOS!... ¿HAY DIOS?


Para no variar aquí estoy, divagando y dando vueltas y vueltas a esa idea que ronda por mi alocada y “poco amueblada” cabecita desde hace algún tiempo en esa incansable búsqueda de una respuesta que tan solo podré obtener después - como el resto de mis congéneres - de dejar este mundo… ¡y si acaso!

En esta ocasión todo comenzó aquel día en el que hablando con mi muy querida amiga Lola – alma que también intenta comprender lo incomprensible solo que a través de los libros – me comentó que en un programa de televisión que había estado viendo la noche anterior (yo como me acuesto a la misma hora que las gallinas suelo perderme los más interesantes) escuchó decir a la persona entrevistada que, en uno de los libros que componen la Toráh – si mal no recuerdo con esta memoria “pez” mía –, el Libro Sagrado de los israelíes, están escritos en forma encriptada y como en una especie de “sopa de letras” acontecimientos que siglos más tarde tendrían lugar; es decir, en ese antiquísimo libro se profetizaban hechos, pero no solo eso sino que en él se encontraban incluidos también los nombres de los personajes que estaban relacionados con ellos. En la entrevista se citaron entre otros los nombres de Kennedy y Bin Laden… Al parecer ahora han descubierto esos datos gracias al prodigio de la informática y a esos programas chachis que hay. La verdad es que de los datos técnicos que Lola me facilitó al respecto no recuerdo nada de nada. Lo mío es otra cosa: echarle a la ciencia fantasía, misterio, imaginación y poesía.

Todo lo que estaba oyendo venía a sentenciar un recuerdo que almacenaba en la despensa (algo vacía) de mi memoria y cuya puerta se abrió de golpe exclamando un… ¡Ea!, una cosa así como ese célebre: “todo está escrito” que yo escuchaba a cada dos por tres de pequeña y que siempre se achaca al destino… Pues mira por cuanto lo mismo es que ese “libro” sí existe en realidad con sus hojas y sus letritas escritas con tinta… Sí, en eso pensaba yo mientras Lola me comentaba los hechos y me miraba con extrañeza pues debía de estar poniendo cara de “estoy ensimismada en mis propios pensamientos” y lógicamente con una pose tipo estatua de “El pensador de Rodin” que ni qué contar, aunque en lugar de sujetarme la cabeza mi mano sujetaba el mentón y la nariz de mi cara aprisionando entre ambos la boca como diciendo… ¡calladita estás más guapa!

El caso es que – como suele decirse – me quedé con la copla y claro mi mente comenzó a maquinar… Ideas por aquí, recuerdos por allá y pensamientos por acullá y… ¿cómo no…? ¡Alehop! ¡Ya está, tema resuelto! Y es que a mí eso de resolver ecuaciones matemáticas y sumas algebraicas siempre se me dio fatal pero adivinar los enigmas que entrañan los misterios más misteriosos relacionados con el hombre, sus orígenes y el consabido: “¿de dónde venimos, hacia dónde vamos y por qué estamos?, está chupao, je,je,je. Y, ¡a ver quién me dice categóricamente lo contrario!

El resultado de estas elucubraciones y dado esa gran pasión mía por “colgarle el San Benito” de todo lo acaecido religiosa o misteriosamente en nuestro planeta a los extraterrestres me dije: ¡Lógico! ¿Cómo no iban a saber lo que ocurría?, y más aún me atreví (soy terriblemente osada) a dar por hecho que los profetas (incluso el tal Nostradamus) lo que profetizaban no eran sino “chivatazos” de estos seres del exterior pero que… ¡Sorpresa!, estaban en el interior; o sea en la tierra, cuando todo ello ocurría…

¿Qué qué digo…? Pues muy sencillo. Estando yo en esa especie de limbo contemplativo y semi budista que mi profesor solía denominar como “mirando a las musarañas”, de repente me vino una especie de flash y aparecieron ante mí las imágenes de una película que vi hace tiempo y que en su momento fue todo un hito por la novedad de su argumento. Me refiero a “Regreso al futuro”. Estaba más claro que el agua de Lozoya en sus buenos tiempos… Los extraterrestres, ángeles, enviados, mensajeros o como se les quiera denominar tenían la facultad de viajar desde el futuro al pasado y ello significa que viven entre nosotros en el presente, en el nuestro, en nuestra actualidad y en todas las actualidades y presentes de lo que para nosotros es pasado o futuro. Siempre han estado, están y estarán ahí, vigilantes. Ellos saben lo que ocurre puesto que lo “están viviendo” y por ello conocen con pelos y señales, en el argot matritense, lo que va a acaecer y quien o quienes son los responsables… Después a través de algún sistema natural (tipo agujero gusano pero en versión “triángulo de las Bermudas” o algo así) o artificial inventado por ellos - que pa’ eso su civilización está supuestamente a años luz de la nuestra ya que ellos son nuestros maestros- viajan al pasado y describen lo que va a ocurrir… ¡Nos ha “jo-jo” así cualquier predice!

Os preguntareis cómo no advertimos su presencia, como no les “detectamos”. Pues muy sencillo porque son igual a nosotros o mejor dicho nosotros somos iguales a ellos (las supuestas “alas” que llevaban en la antigüedad seguro que era alguna especie de artilugio futurista y de fijo que eran desmontables…). Que yo sepa en ningún momento se dice que los “ángeles” fueran diferentes a los humanos; es más ya he dicho anteriormente que fuimos creados a su imagen y semejanza.

¿Ellos nos crearon? Bueno ya escribí un relato “Discrepando con Darwin” acerca de este tema, el que quiera más información que lo lea porque… ¡No voy a repetirme como la morcilla! Claro que ahora que lo pienso… ¿Y si aquellos “ángeles” de los que tanto se habla en la antigüedad no fueron tal sino unos simples congéneres nuestros, terrícolas, que viajaron del futuro (incluso del nuestro) al pasado para advertir, avisar o intentar mostrar un camino a seguir que precisamente pudiese evitar lo que ellos estaban viendo o viviendo en ese remoto futuro: “el fin del mundo”… En este preciso momento mi memoria evoca en mí el recuerdo de aquella otra película “El planeta de los simios”… ¡Jo!, aquí entre nosotros creo que mejor me voy a dedicar a ver telenovelas y a leer prensa rosa… pensar… ¡No es bueno!

© Rosa María Castrillo Rodríguez

viernes, 12 de octubre de 2007

¡JOPETA, PUES VAYA CON PAPA NOEL!

Aunque aún queda bastante para las navidades hoy cuelgo este cuento infantil basado en ese entrañable personaje conocido como Papa Noel o Santa Claus, pero antes de ello una frase con sustancia.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante."

Anónimo

¡JOPETA, PUES VAYA CON PAPA NOEL!

Se acercaban las vacaciones de Navidad y en la clase de la señorita Paquita los pequeños estudiantes no hacían sino hablar del mismo tema: los regalos que recibirían en ese día, antesala de esos otros que también les dejarían los Reyes Magos. La suerte de vivir en España porque así reciben ración doble, aunque ese año los niños no iban a tener tantas ganas de esa ración...

-A ver niños, callaos ya que tenemos que seguir con la lección. Estáis ya en primero de primaria y no en educación infantil así pues comportaos como lo que sois y no como unos chiquitajos, dijo la “sita” Paquita, pues así era como sus discípulos solían llamarla. La verdad es que la querían mucho porque era muy buena y se preocupaba por ellos.

En el patio a la hora del recreo se formaron los consabidos grupitos y todos tenían el mismo tema de conversación tanto si el corrillo estaba formado por niños, niñas o una mezcla de ambos: la inminente llegada de Papa Noel en su trineo de renos y sobretodo… ¡Ese gran saco repleto de juguetes!

-Yo le he pedido a Papa Noel que me traiga …

Y el muchachito comenzaba a enumerar a su amiguito toda una retahíla de juguetes más larga que la lista de los Reyes Godos.

-Pues yo le voy a pedir…

Por supuesto que el otro niño para nada se quedaba atrás al decir los suyos. Unos y otros ansiaban que llegase el día 25 de diciembre para, al despertar, comprobar que sus deseos habían sido satisfechos puesto que al fin y al cabo ellos habían sido muy , pero que muy buenos… Según su criterio, claro.

Un día antes de las vacaciones navideñas la “sita” Paquita habló a sus alumnos del significado de esas fiestas. Les contó la historia del nacimiento del niño Jesús y lo que ello representaba, lógicamente adaptándola a la edad de los chavales. También les habló de lo entrañable que resultaba pasar esas fiestas en compañía de la familia. Les decía que ese era el verdadero regalo de la Navidad: el espíritu navideño. Los niños, por mucho que quisiesen a su “sita” la miraban con cara de estar alucinando ya que su profe en ningún momento pronunció las palabras “recibir regalos” al referirse a las navidades. ¿Cómo podía ser eso?¡Los regalos era lo esencial en esas fechas!

Pero, ¿qué hacían Papa Noel y sus duendecillos mientras tanto en aquel remoto y frío lugar llamado Polo Norte? De seguro que estarían dando los últimos toques a los juguetes, disponiéndolo todo para que estuviesen preparados y así, cuando llegase el momento, sus ayudantes pudieran introducirlos en su gran saco mágico comprobando al mismo tiempo la lista con los nombres de cada niño y los juguetes que habían pedido, para que así ningún niño o niña del planeta se quedase sin su merecido obsequio.

Pues mira tú por cuanto que en esta ocasión no era así la cosa… Estas navidades Papa Noel harto ya de escuchar por doquier que los niños de los países del “Primer Mundo” no comían como debían había decidido dejarles otro tipo de regalitos y por ello mandó llamar a varios de sus duendes para que preparasen su trineo solicitando de entre ellos voluntarios para que le acompañasen en esta nueva campaña navideña tan especial. Al principio los pequeños hombrecillos se miraron unos a otros extrañados pero luego todos querían ser los acompañantes de aquel hombre grandote y gordote de cara tan afable. Papa Noel escogió a tres de ellos para esta novedosa aventura y montándose todos en su mágico vehículo en un pis- pas llegaron a… ¡Mercamadrid!

Cuando las puertas del gran mercado central de abastos de la capital madrileña se cerraron los cuatro seres mágicos aprovecharon para entrar sigilosamente en él. Comenzaron a recorrer uno a uno todos los puestos. De repente Papa Noel dirigiéndose a uno de sus duendecillos llamado Nill le dijo: “Anota: Naranjas, mandarinas, peras, manzanas y plátanos”. Prosiguieron su camino por los pasillos del mercado y parándose de nuevo Papa Noel se dirigió esta vez a Fill y ordenó: “Anota: lechugas, tomates, canónigos, maíz, pepino y cebolla”.

Los duendes se miraban unos a otros sin entender lo que estaba ocurriendo. Se limitaban a escribir lo que “el jefe” les decía pero sin coscarse de nada para qué servía tal menester. ¿Qué bicho le habría picado a Papa Noel? ¿Tendría doble personalidad al ser también llamado Santa Claus?

Un poco más adelante encontraron un nuevo puesto y aquel hombre de aspecto bonachón con sus largas barbas blancas y su extraña vestidura a punto estuvo de meterse en un buen lío cuando fue descubierto por uno de los guardas de seguridad de Mercamadrid. El guarda estaba haciendo la ronda cuando se percató de que no estaba solo en la zona que vigilaba y entonces acercándose al lugar de donde provenían las voces pudo ver claramente a los misteriosos personajes y… ¡¿Sería eso posible?! El pobre hombre no hacía sino frotarse una y otra vez los ojos con sus manos como intentando no ver lo que realmente veía. ¿Me habré vuelto loco?, se decía a sí mismo. Papa Noel conmovido por la angustia que estaba viviendo el pobre guarda en esos momentos se le acercó y le dijo: “Sí, hombre, sí. Soy yo. No estás viendo visiones. Estoy aquí para seleccionar las frutas y verduras que mejor y más apetitosas me parezcan porque este año las ofrendaré como regalo de Navidad, pero… ¡No me vayas a delatar!”

Manolo, el “segurata”, dejó de mirarlo con ese gesto mezcla de mucha extrañeza, algo de asombro y una pizquita de susto y le dijo sonriendo: “Tranquilo que no diré una palabra. Además, ¿quién me creería? Otra cosa Papa Noel, gracias por adelantarme la noticia. ¡Menuda bomba!”

Papa Noel y sus hombrecillos verdes prosiguieron la búsqueda y de nuevo el bondadoso hombre del Polo Norte dijo, en esta ocasión al joven duendecillo llamado Till: “Anota: judías verdes, zanahorias, alcachofas, acelgas, puerros, calabacín, coliflor, repollo, brecol…”

-No tan deprisa, se apresuró a decir Till que no daba abasto a escribir tanto verde…

Una vez concluida la misión Papa Noel y sus ayudantes se dirigieron al trineo y en un santiamén regresaron al Polo Norte.

Por fin llegó la Nochebuena y los niños de la clase de la “sita” Paquita ya de vacaciones y al igual que todos los niños en esa fecha, se dispusieron después de cenar con sus familiares, tomar el turrón, tocar la zambomba y cantar villancicos a irse a la cama no sin antes mirar de reojo y con ese brillo especial que da la ilusión a los ojos el adornado árbol navideño esperando ver al día siguiente bajo él sus numerosos regalos…

Y ciertamente así fue porque en la mañana del día de Navidad había baja cada árbol muchos paquetes envueltos en papel celofán de diferentes y alegres colores y que dejaban ver el contenido que había en su interior: frutas, hortalizas y verduras de lo más variadas. Acompañando a estos regalos tan especiales cada uno de los niños también encontró una nota escrita de puño y letra por Papa Noel en la que decía:

“Mis queridos niños este año no os dejo ningún juguete puesto que tenéis muchos. A cambio os voy a dejar un gran regalo: salud.

Si tomáis todos los días frutas, un poco de verdura o ensaladas creceréis sanos y fuertes y sin ese colesterol “malo” que dicen los médicos es tan dañino para el corazón.

Portaos bien y hacer caso a los que saben cómo cuidaros: vuestros padres. ¡Viva la dieta mediterránea!

Recibid un beso muy fuerte de Papa Noel.”

¿Dieta medite… quéee? ¡Jopeta, ya te vale Papa Noel! Sin duda esa fue la frase más escuchada aquella mañana del día de Navidad en todo el mundo occidental y puede que del resto…

© Rosa María Castrillo Rodríguez

lunes, 8 de octubre de 2007

EL OSITO DE PELUCHE

Este es un cuento infantil pero que también lo escribí pensando en los mayores. Pienso que todos los niños de pequeños deberían de tener un osito de peluche e incluso, ¿por qué no?, también de mayores...

Antes de colgarlo en el blog y como vengo haciendo siempre mostraré una frase "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas."

Aristóteles

EL OSITO DE PELUCHE


En una hermosa ciudad, llena de ruidos y humos, de obras y de cemento, de luces y escaparates, edificios y colegios. De vida - en una palabra -, podríamos bien decir, vivía cerca de un parque una niña de unos seis años, su nombre: Arancha. Era una niña como tantas, acostumbrada a no carecer de nada y a salirse casi siempre con la suya. Aranchita – así le llamaban, de cariño - era una niña nacida en un país de esos que los políticos dan en nombrar desarrollado.

No obstante y puede que por ello, la niña era caprichosa, malhumorada y se pillaba una tremenda rabieta cada vez que no conseguía sus objetivos. Era fruto de la época, de la sociedad que sus mayores habían ido construyendo así, sin darse cuenta.

Las palabras por favor y perdón habían sido borradas de su vocabulario; es más, quizá jamás las había llegado a aprender. Ordeno y mando, ese modo de hacer las cosas era algo innato en ella, se ve que se tomó muy en serio – desde bebita – eso de ser “la reina de la casa...”

Claro está que la “angelical” criaturita no tenía la culpa de ser así, no, la cosa venía desde su más tierna infancia…

-¡Aranchita, que te comas los garbanzos!
-¡No tero, no mi utan!, gritaba a pleno pulmón la niñita.

Y claro, ¿como una buena madre va a dejar a su criaturita sin comer...? Pues ea, a darle la sopita y a freírle unas chuletitas de cordero que eso sí se lo comía de maravilla y de postre, pues claro, como a Aranchita la fruta tampoco le petaba y lógicamente no se iba a quedar sin postre – eso sería como un castigo – pues unas natillitas y si eran de chocolate mejor que mejor...

¡Y qué decir de esas mentirijillas que, a modo de capote la mamá tenía que echarle a la niña, de vez en cuando…!

-Mami, anda, fírmame una notita porque vamos a ir al parque a hacer gimnasia y yo no quiero ir.

Y claro, como negarle eso a su hijita del alma… Total, a santo de qué ha de ir la niña al parque con tantas y tan y mala gente que hay hoy en día en ellos y esos perros sueltos y por si fuera poco andar cruzando las calles… No, de eso nada, su niña no iba a correr esos riesgos… ¡que hagan la gimnasia en el colegio!

Y eso sin hablar de los justificantes que en otras ocasiones había que hacer porque la pobre pequeñina no había podido terminar de hacer esos interminables deberes – una hojita de caligrafía, cuatro sumas y cuatro restas - que la bruja de su profesora tenía por costumbre mandarle para casa…

Sí, la vida de Arancha era de lo más cómoda posible. Todo se le daba en bandeja y eso sin hablar de los maravillosos y numerosos regalos que recibía tanto por su cumpleaños como por su santo, en Navidad o por Reyes; por sus buenas notas trimestrales o por final de curso, porque claro está que aprobar y con buenas notas un primero de primaria era toda una hazaña… Y eso, sin mencionar el famoso: “Mami cómprame eso” o “mami, cómprame aquello”, que no se sabe muy bien por qué motivo siempre - aunque de primeras existiese la rotunda negativa de la madre - la mocosa acaba saliéndose con la suya y logrando su objetivo: ver satisfecho su capricho… Claro que, con tal de no escuchar el gimoteo continuo y machacón del microbio ese, ¡hasta la luna la compraría su madre…!

Pues bien, una vez acabado el curso y dado que llegaban las vacaciones también para su padre, el destino iba a dar a Arancha la mejor lección que jamás podría aprender. Sí, porque no iban a ser sólo unas vacaciones…

-Cariño, no estoy muy convencida de que hayas hecho bien aceptando esa propuesta de tu jefe para trasladarnos a vivir a ese lugar. Está demasiado lejos y Aranchita es aún muy pequeña, además el viaje será una verdadera paliza y luego el clima – y esos huracanes – y la gente, ¿cómo será la gente?

-Puede que sí, cielo, pero es una oportunidad única, no todos los días tiene uno la ocasión de conseguir ser nombrado director gerente de una empresa tan sólida como la nuestra. Sí, ya sé que esa isla del Caribe, en principio, no es la tierra prometida y que sería muchísimo más goloso el que me hubiesen ofrecido ese mismo puesto en cualquier ciudad de Europa, pero, ¿qué le vamos a hacer? La empresa cree que existen grandes expectativas y desea abrir una sucursal allí y bueno, ya verás como te gusta, es un lugar precioso y paradisíaco.

-Eso es cierto, pero, ¿y si la nena se pone malita allí, tan lejos?
-No te preocupes, allí hay de todo. No hay más que ver el lujo de los hoteles. Tranquila, nada va a pasar y nada ha de faltarnos.

Aranchita en ese instante entraba a la habitación abrazando a su osito “Pintas” que –según ella decía – era su mejor amigo y el único que la entendía. A él le contaba todas aquellas cosas que la preocupaban o turbaban, que la ponían triste o la hacían sentirse mal. Era su confidente y siempre la escuchaba. La verdad es que a pesar de su temperamento caprichoso, testarudo y lleno de soberbia, en el fondo Arancha era una criatura dotada de una gran sensibilidad escondida tras esa capa de niña caprichosa que la recubría…

-¡Mami, mami, ¿dónde vamos de vacaciones, muy lejos?!

Sofía y Daniel se miraron a los ojos mientras la misma pregunta planeaba por sus mentes… Y ahora, ¿qué hacemos? Sofía optó por decirle la verdad a su hijita dado que con el carácter que tenía la repajolera niña, cuando se enterase de que aquellas no iban a ser solo unas vacaciones podría sentirse engañada y, en ese caso, su reacción sería imprevisible.

-Verás nena – dijo su madre –, vamos a ir a una isla muy bonita que está al otro lado de ese mar tan grande y azul que se ve en las imágenes de las noticias de la tele, pero no sólo iremos unos días sino que lo más posible es que nos quedemos a vivir allí durante una temporada a causa del trabajo de papá.

-¡Pues yo no voy, que se vaya él solo!
-Nenita, eso no es posible. No te preocupes, Aranchita, verás como te va a gustar mucho, lo pasarás muy bien y además harás un montón de amiguitos nuevos.

Arancha miró a sus padres con cara de pocos amigos y a continuación soltó - mientras abrazaba muy, muy fuerte a su osito de peluche - un:

-A Pintas no le gustará. ¡Seguro que no!, sentenció la niña.

Pasaron los días y Arancha comenzó a ver como se apilaban en una habitación montones de cosas que más tarde serían empaquetadas en maletas y cajas de cartón con destino a esa isla a la que la llevarían – junto con Pintas – a la fuerza. De nada habían servido sus quejas, llantos y berrinches porque al día siguiente abandonaría su casa y sus cosas para irse a un sitio desconocido y por mucho tiempo, palabras que para ella venían a significar para siempre, o más…

La mañana no podía comenzar de peor forma. La mamá de Arancha despertó muy temprano a la pequeña y para colmo de males una tremenda tormenta de verano había hecho acto de presencia. Aranchita tomó su tazón lleno de leche chocolateada con cereales, se vistió, tomó entre sus brazos a Pintas y salió de su habitación hacia el vestíbulo observando el ajetreo de sus padres y el trasiego de maletas. Llamaban a la puerta, era el abuelo que les llevaría hasta el aeropuerto para despedirse allí de ellos. Por un momento la niña, al ver los acuosos ojos de su abuelito se sintió triste dándose cuenta, por primera vez en su vida, de lo mucho que le echaría de menos. El abuelo siempre había estado ahí, dando a la pequeña todo ese cariño que solo los abuelos saben dar, contándola historias y mimándola a veces en demasía e incluso estableciendo ese guiño de complicidad ante la regañina de los padres, en determinadas ocasiones. Arancha, hasta ese instante en que temió perderle, no se había dado cuenta de la importancia de esa persona en su vida y entonces sintió una cosa extraña en el pecho que hizo que se abrazase con todas sus fuerzas a Pintas.

Llegaron a la terminal del aeropuerto. La despedida, aún siendo dura, tuvo el dulzor de una promesa: regresaremos para pasar en España las navidades.

¡Qué grande era aquello!, pensó la pequeña cuando entró en el aeropuerto, mientras abrazaba con todas sus fuerzas a su más mejor amigo – como decía ella – por temor a perderle en un lugar como aquel y de paso, claro está, también apretaba fuertemente la mano de su madre por si acaso la que se perdía era ella. Sentía una mezcla de asombro, curiosidad, interés, inquietud, algo de temor por un lado y una enorme ansia de aventura por otro. Contemplar desde la pista ese aparato tan grande en el que iba a subirse y que según sus padres les llevaría por el cielo – sin que lo notase – atravesando un inmenso océano (un mar muy grande, para ella) era algo difícil de creer y entender, pero eso sí, digno de ser comprobado y ella estaba deseosa de poner ya sus piececitos dentro del avión y claro, si por un casual no le gustaba lo que experimentase, pues se limitaría a decir que a Pintas le daba miedo y sanseacabó ya que ella nunca reconocería ser la miedica. ¡Faltaría más!

Largo, la palabra que repetía una y otra vez Arancha era “largo” y es que así se le estaba haciendo el viajecito a la niña y eso a pesar de la siestecita de tres horas que la angelical criaturita se había echado en el cómodo asiento que ocupaba. Para la niña – inquieta y traviesa por naturaleza, como la mayoría de los críos a esas edades – era un verdadero suplicio estar dentro de ese avión tanto tiempo sin poder correr, saltar o brincar por los asientos. Jamás había estado tan aburrida, según podía recordar; ahora bien sí pudo comprobar que eso de océano era en verdad un mar muy grande, más aún de lo que ella había podido llegar a imaginar.

Por fin llegaron a la isla caribeña en la que, por una larga temporada, iban a residir.

Bueno, al menos ese aeropuerto era más pequeño, lo cual tranquilizaba a la niña haciéndola sentirse más segura que en Barajas. Lo que no resultó muy atrayente a sus ojos fue la visión de los destartalados coches que podía ver allí aparcados. ¡Qué diferentes de los coches que ella solía ver en su ciudad natal!, y claro, de nuevo recurrió a su osito de peluche diciendo: “A Pintas no le gustan esos coches y no quiere subirse en ellos” y es que la criatura no se fiaba demasiado de la seguridad que los vehículos ofrecían. En ese momento llegó un hombre que se dirigió hacia ellos y saludó a su papá, tras unas breves palabras que la niña no acertó a comprender – en parte por el extraño acento del hombre y en parte porque no prestaba atención dado el escaso interés que sentía por ese individuo -, ese hombre dijo: Síganme, les conduciré hasta el autocar que les llevará a su residencia.

Arancha estaba agotada, a pesar de la energía que siempre demostraba tener y por supuesto, Pintas también…

Despertó en el regazo de su madre cuando el autocar se paró y al abrir los ojos contempló una preciosa casita rodeada de jardín con unos extraños árboles – tiempo después conocería su nombre: palmeras - por doquier. ¡Qué bonito!, exclamó la niña y abrazando a su más mejor amigo dijo: “A Pintas le gustará mucho vivir aquí”. Sus padres sonrieron aliviados. Si a Pintas le gustaba, a Arancha también…

La pequeña estaba encantada de vivir en aquel paradisíaco país, a pesar del pegajoso calor que ella combatía a las mil maravillas a base de helados, fresquita limonada, baños en la playa y en la piscina de esa urbanización en la que residía. Se sentía bien allí aunque nunca salía de excursión a ninguna parte y eso la extrañaba mucho ya que cuando vivía en su antigua ciudad sus padres solían llevarla muy a menudo tanto al campo como a otros pueblos de los alrededores en los fines de semana. Pintas, por supuesto, estaba de acuerdo con ella.

Transcurrió apaciblemente el período de transición y una vez que sus padres consideraron que la niña estaba preparada dispusieron todo para que iniciase las clases en un colegio que, a pesar de no estar muy lejos de su residencia, tenía ruta de autocar escolar. La madre de Arancha, Lola, había mostrado su desacuerdo puesto que pensaba que para la pequeña no iba a ser fácil – al menos los primeros días – adaptarse a un nuevo colegio, con nuevos compañeros y en un país diferente al suyo como para que encima tuviese que recibir el “castigo” de no ser acompañada por su madre y así poder despedirse con un beso en la puerta del colegio, antes de entrar, tal y como hacía en Madrid. Lola había argumentado todo ello ante su esposo pero de nada le sirvió ya que él dijo que era mucho mas seguro para ambas que la niña hiciese la ruta en el autocar y que las cosas no eran como parecían; finalmente, tras conversar largamente con su marido y entender como era la realidad de aquel bello lugar al que el destino por un lado y la ambición de su esposo por otro les había llevado, no tuvo más remedio que claudicar, a pesar del duro golpe que aquella decisión sería para Arancha.

La mañana lucía radiante y la niña, cansada ya de la inactividad escolar se levantó de un salto para asearse, desayunarse y vestirse con ese precioso uniforme que iba a llevar en su nuevo cole. Abrazó a Pintas y le introdujo con mucho cuidado dentro de su pequeña mochila, ocultándole de esa manera a los ojos del resto de los niños que iban a ser sus compañeros - al menos hasta que ella lo considerase oportuno - y también porque no estaba muy convencida de que su madre permitiese que Pintas la acompañase al colegio.

Acostumbrada a salirse con la suya, cuando Arancha se dio cuenta de que su madre no iba a subir con ella a ese autocar escolar, encolerizó. Lloraba, gritaba, tiraba su mochila al suelo e incluso estuvo tentada de darla una buena patada – se salvó gracias a que su osito de peluche estaba dentro – y hasta de ser ella misma la que se revolcase por la acera. Su madre intentaba tranquilizarla sin conseguirlo. La pequeña se aferraba al brazo de Lola de tal forma que parecía que en cualquier momento pudiese ser arrancado dada la gran fuerza que la niña ejercía sobre él. Viendo que no había manera de que la pequeña subiese por sí misma, el conductor hizo ademán de bajar y ser él mismo quien agarrase a la niña por la cintura y la subiese y fue en ese momento cuando una jovencita muy bella y con la piel muy bronceada - según pensó la niña – se adelantó al conductor y acercándose a la pequeña, en voz baja y con gran dulzura la dijo:

-Ven conmigo chiquitina, me llamo Margarita y estaré a tu lado durante todo el camino hasta el colegio, no temas.

Al escuchar estas palabras y ante la perspectiva nada atrayente de ser transportada al interior del vehículo por el conductor, Arancha pensó que mejor sería ir con aquella jovencita a la que tanto debía gustar tomar el sol por lo morena que estaba, así pues agarró la mano que la muchacha le tendía, despidiéndose con lágrimas en los ojos de su madre y sin ser capaz de comprender el abandono al que ésta la sometía. A partir de ese día Marga – como llamaría más tarde Arancha a su nueva amiga – siempre estaría a su lado tanto en el camino de ida como en el de vuelta, hablándola y haciéndola sentirse protegida y acompañada; es decir, bien.

Por suerte tanto el colegio como la zona deportiva y el patio de juego y recreo fueron muy del agrado de la niña, al igual que profesores y compañeros motivo por el cual su vuelta a casa fue alegre y bulliciosa ya que su amiga Marga había estado enseñándola canciones de ese lugar en el que ahora vivía y ahora ella no paraba de tararear esas alegres melodías. Al verla bajar del autocar Lola respiró tranquila, había pasado un día bastante angustioso pensando en su pobre niñita. La pequeña se despidió de Marga con un beso y una hasta mañana y luego entró en su bonita casa y, sacando a Pintas de su mochila, habló y habló y habló, mientras su madre la escuchaba con una gran sonrisa en la boca y siempre bajo la atenta mirada del más mejor amigo de Arancha, su osito de peluche.

Después de cenar la deliciosa comida que su mamá había cocinado y una vez tomado ese postre especial que también había sido elaborado especialmente para ella, la niña, muerta de cansancio se fue a la cama. Allí estaba su osito esperándola. Mami, ¡cuéntame un cuento! Lola le contó un cuento y graduó la luz de tal forma que la habitación quedase en penumbra, dado el miedo a la oscuridad que padecía la pequeña. Cuando su mamá salió de allí, Arancha abrazó con todas sus fuerzas a Pintas y le dijo: “No temas porque nunca querré a Marga tanto como a ti. Tú siempre serás mi más mejor amigo, Pintas; además, mañana te la presentaré y verás como te gusta, es muy buena.

La amistad entre Arancha y Marga cada día era más sólida y Pintas – según comentó la pequeña a sus padres – estaba encantado con ello. Al no vivir en la misma zona residencial – exclusiva para empresarios, directivos y trabajadores extranjeros – las nuevas amigas no podían verse fuera de la ruta escolar. Arancha insistía una y otra vez en que sus padres la llevasen a casa de Marga y para ello utilizaba toda clase de estratagemas: ponía ojitos y morritos, utilizaba el “mami” o “papi” en lugar de mamá o papá como hacía usualmente e incluso dejaba asomar una lagrimita en sus preciosos ojos verdes, pero ni por esas. No lo entendía, hasta ese momento sus grandes dotes de actriz siempre habían conseguido “llevar al huerto” a sus padres, ¿qué fallaba?

Sentada encima de la cama de su habitación contó estos pensamientos a su osito de peluche, mientras le sostenía en su regazo. Decididamente algo extraño ocurría, Pintas pensaba lo mismo que ella. Al día siguiente le diría a Marga que le diese la dirección de su casa y ella, acompañada por su más mejor amigo, se las apañaría para ir hasta allí, no necesitaba a sus padres ni a ningún adulto para ello, al menos eso pensaba. La verdad es que a intrépida a ella no la ganaba nadie.

Arancha se quedó perpleja ante la reacción de Marga y totalmente desconcertada cuando escuchó a su amiga decirla:

-Lo siento nena pero no puedo dártela y no hagas tonterías. Mejor no salgas de aquí.

En principio la pequeña puso cara de aceptar la recomendación de Marga, pero… ¡Ja!, a Arancha Robles Jiménez – así de soberbia y chula se ponía a veces la criaturita – nadie que no fueran sus padres le decía lo que tenía o no que hacer, a pesar de su edad, y mucho menos la llamaba tonta. Lógicamente esta no era la intención de Margarita ya que lo que ella quería era proteger a la niña y, si las circunstancias hubiesen sido diferentes hubiese estado encantada de recibir las visitas de su pequeña y testaruda amiga en su casa.

Esa tarde Arancha permaneció todo el tiempo en su habitación con Pintas y con la mirada pensativa, lo cual chocó y preocupó a Lola puesto que dado lo inquieta que la pequeña era, la mujer estaba realmente extrañada ante semejante comportamiento y más aún por la falta de comunicación de la niña ya que apenas había cruzado unas palabras con su madre, algo muy inusual en ella que narraba con todo detalle lo que la había ocurrido en la jornada escolar.¡Natural, cómo iba a decirle a la madre que estaba preparando su fuga!

Toda decidida tomo su mochila y la abrió haciendo recuento de lo que en ella iba introduciendo; a saber: calcetines y calcetines y más calcetines junto con ese pequeño monedero – su predilecto - color naranja con la figura de Winnie Pooh dibujada en él y en el cual encerraba todo su capital, que consistía en unos 17 euros más o menos; también puso en el interior de la mochila un buen puñado de sus caramelos favoritos, los de fresa. A pesar de que el sueño la vencía, resistió como una jabata hasta que pasó un gran rato y se convenció de que sus padres dormían. Ese era el momento de escaparse de casa e ir a buscar a su amiga Marga. La pequeña estaba convencida de que al salir fuera de su urbanización encontraría el barrio en el que su amiga vivía y que sabría con total seguridad cual era la casa puesto que sería la más preciosa, al igual que su amiga lo era ante sus ojos.

Sigilosamente y con la mochila colgada a sus espaldas y su querido osito de peluche apretado contra su pecho, Arancha bajó con todo cuidado las escaleras que conducían a la puerta que, una vez traspasada, la llevaría hacia lo desconocido. No tenía miedo alguno ya que la guiaba el firme propósito de encontrar a su amiga y además, ¿qué la podía ocurrir?

Arancha era una niña acostumbrada a estar entre algodones, nunca había tenido que afrontar ningún problema serio puesto que la vida que sus padres la habían proporcionado siempre fue fácil y cómoda y por ende la pequeña pensaba que así era para todo el mundo.

Había luna, por suerte, ya que la pequeña no tuvo la feliz idea de incorporar en el equipaje aquella megachuli linterna con forma de cocodrilo que la habían regalado para su cumpleaños junto con otros tropecientos juguetes más. No se sabe porque extraño mecanismo, la criatura creyó que miles de luces parpadeantes la mostrarían el camino hasta la casa de Marga. No era así pero la pequeña le echó coraje y, dando ánimos a Pintas dijo:

-Tranquilo Pintas, no dejaré que te ocurra nada malo. No temas porque enseguida encontraremos a Marga, sigamos caminando.

Y así, pasito tras pasito y casi sin darse cuenta salió de la urbanización en la que hasta ese momento había vivido y se encontró caminando por una carretera por la cual no transitaba ningún coche. A las dos horas estaba completamente agotada y si no fuera por su férrea voluntad – cabezonería para otros – hubiese dado media vuelta de regreso a su bonita casa.

El tiempo pasaba y la pequeña comenzó a sentir mucha hambre a causa de la caminata y por ello no dudo en tranquilizar a Pintas nuevamente.

-Tranquilo Pintas, a mí también me duele la barriguita del hambre que tengo, pero en cuanto lleguemos a casa de Marga, su mamá nos dará de comer.

Comenzaba a amanecer y a los rayos del sol la visión de la ciudad no se parecía en nada a la que Arancha había soñado: edificios medio en ruinas, en su mayoría, y llenos de desconchones en la escasa pintura que aún quedaba en ellos y que en su tiempo debió ser de vivos colores. Había muy poquitos coches circulando por las calles y menos aún aparcados en ellas y los que pudo ver eran de un aspecto tan antiguo y poco atrayente como las casas. Los niños que por allí correteaban iban muy mal vestidos, su ropa parecía no querer desentonar con el resto de las imágenes que su retina percibía. Pero algo extrañó aún más a la pequeña: no veía juguetes por ninguna parte. Ella siempre que había jugado – y visto jugar a otros niños – en las calles del pueblo de su madre o en el parque, lo hacía con juguetes. Las niñas solían preferir cochecitos para pasear a sus muñecos y cacharritos y los niños coches teledirigidos, balones de reglamento o pistolas láser – de agua en verano -, pero esos niños no tenían nada de nada.

-¡Qué raro es todo aquí, Pintas!, dijo la niña en voz baja.

Como se sentía sola y perdida – y para no intranquilizar a su amiguito Pintas, claro – decidió acercarse al grupo de niñas que estaban sentadas en la acera hablando para a preguntarles si conocían a Marga.

-Hola, me llamo Arancha –dijo la pequeña que había, por precaución, escondido a Pintas dentro de la mochila – y me he escapado de casa para buscar a una amiga.

¡Hola!, saludaron las niñas a coro. Una de ellas, quizá la mayor o puede que la más lanzada preguntó por el nombre de esa amiga y la calle en la que vivía.

-Se llama Margarita y tiene doce años, al igual que vosotras su piel es más morena que la mía y no sé la dirección de su casa.

¡Vaya, pues con esas señas va a ser imposible que la encuentres!, dijo otra de las muchachitas del corrillo.

Por vez primera desde que salió de su bella y confortable habitación, Arancha puso cara de tristeza y resignación; ahora caía en la cuenta de que no sólo no encontraría a Marga sino que con total seguridad tampoco el camino de regreso a casa ya que desconocía el nombre del lugar en el que hasta pocas horas antes había residido desde que llegó a ese país. Al ver la zozobra reflejada en el rostro de la niña, las otras jovencitas corrieron a tranquilizarla:

-Bueno, no te preocupes, intentaremos ayudarte. De momento y como pareces muy cansada, lo mejor será que te vengas a mi casa y te eches a dormir un rato, dijo una de las muchachas.

Arancha aceptó de buen grado la invitación y entró dentro de la casa. Olía a humedad y el aspecto destartalado que tenía – a pesar de su limpieza – hizo que la niña pensase que esa casa no se parecía en nada a ninguna de las que, hasta ese momento, había contemplado. Teresa – ese era el nombre de la muchachita que la había dado acogida en su hogar – la condujo hasta su habitación y señalándola una de las dos camas que en ella había la dijo, con ese tono sandunguero y dulzón que a la niña tanta gracia la hacia:

-Arancha, esa cama será la tuya mientras estés aquí. Antes era la de mi hermana, pero por suerte consiguió marcharse del país y ahora vive en Florida.

A la pequeña Arancha le extraño mucho ese comentario puesto que para ella marcharse de su país no fue precisamente una suerte, pero como el cansancio la podía decidió no hacer ningún comentario al respecto. También encontró muy raro que no hubiese peluches adornando la habitación, aunque vió, arrinconada en una estantería, una muñeca que por el aspecto que tenía debía ser más vieja que la abuela del tal Matusalén ese que tanto nombraba su abuelito, en España, cuando quería decir que algo era muy antiguo. Dado que se sentía tremendamente sola e insegura decidió sacar de la mochila a su más mejor amigo, Pintas, para poder abrazarse a él y dormir placidamente.

La pequeña fugitiva dormía profundamente hasta que una dulce vocecita la dijo al oído:

-Vamos dormilona, despierta o te quedarás sin comer.

Arancha abrió los ojos y encontró la carita sonriente de Teresa y, al desperezarse, fue cuando Pintas quedó al descubierto…

-Oye, Arancha, ¡qué oso más bonito!, ¿es tuyo?, ¿de dónde lo sacaste?, ¿cómo lo conseguiste?, una tras otras las preguntas caían en tropel en los oídos de la pequeña que por cierto, se apresuró a estrechar fuertemente a Pintas por temor a que le fuese arrebatado.

-Es Pintas, mi más mejor amigo. Él nunca me ha fallado y siempre está ahí para hacerme compañía y escucharme cuando estoy triste o enfadada. A su lado nunca tengo miedo. El me protege y me ayuda. Le tengo desde siempre y lo traje conmigo cuando desde España me vine a vivir aquí y le tenía escondido dentro de mi mochila porque a él no le gustan los extraños. Y tú, Teresa, ¿no tienes ningún amigo como Pintas?

-No, Arancha, ninguna de las niñas que yo conozco tiene un muñeco de peluche. Mi país es un país pobre y mis padres – al igual que el del resto de mis amigos y amigas – no tienen dinero para comprar comida, cuanto menos para comprarnos juguetes. Además, según escuché una vez decir a los mayores, aquí no hay fábricas de juguetes y del exterior no entran casi productos de primera necesidad, menos pues van a entrar de otro tipo.

-¿Qué es primera necesidad?, preguntó Arancha.

-Las medicinas, la ropa, los alimentos, el combustible; así pues libros de cuentos, música, pizarrines de colores, acuarelas y juguetes mucho menos.

En ese momento, las dos niñas escucharon la voz de la mamá de Teresa llamándolas para que acudiesen a comer.

Si a Arancha la hubiese puesto su madre esa comida en su casa, la niña habría montado una trifulca de tres pares de narices pero, ante la perspectiva de quedarse sin comer, dado el hambre que tenía consideró que debía probar esa cosa extraña que habían depositado en aquel plato desportillado y opaco sin rechistar, fuese lo que fuese.

-Vamos, mi niña, comete todo lo que hay en el plato. La comida no puede desperdiciarse.

Arancha miró inquisitivamente a Teresa y ésta, viendo la cara de asco que ponía la pequeña por un lado y de asombro al escuchar tal frase, dijo:

-Vamos Aranchita, no lo mires con esa cara. Es arroz con frijoles negros, je,je,je, no te preocupes que no son bichos lo que tienes que comerte.

Arancha respiró aliviada, lo cual provocó una gran carcajada en su amiga y en el resto de los comensales. La verdad es que la criatura había llegado a pensar que esas pequeñas cosas negras redondas que coloreaban el arroz en ese mismo tono no eran sino pequeños escarabajos o algún otro insecto similar. Tan apesadumbrada estaba por lo que su nueva amiga la había contado anteriormente. Entonces la madre de Teresa le dijo:

-Verás niña esta es una comida típica de aquí, lo único es que dada la escasez que tenemos y puesto que compramos con racionamiento, he de suprimir la carne de cerdo para poder cocinarla otro día en otro plato. ¡Ay, la vida esta muy dura por aquí, mi hija!

Y entonces, ante la sorpresa de todos, la niña contestó:

-No lo entiendo. Yo vivo en este país y en mi casa no falta de nada.

En esta ocasión fue el padre de Teresa quien contesto a la pequeña.

-Aún eres muy pequeña para entender. La vida aquí es muy dura y difícil porque carecemos de todo; ahora bien, para las personas extranjeras no es así ya que el Gobierno de nuestro país dispone los escasos medios y recursos que tenemos para hacer que sus vidas sean más cómodas.

De pronto oyeron las sirenas de unos coches que se acercaban a la casa y en unos momentos seis policías – ante la presencia de un alto cargo político del país y de un diplomático español - entraban y se disponían a detener a los padres de Teresa por el secuestro de Arancha, cuando ésta gritando dijo:

-¡Dejad en paz a los papás de mi amiga Tere!

Al escuchar a la pequeña, el político nativo hizo un gesto y los policías se detuvieron. Después, el diplomático español habló con la pequeña que le explicó como se había escapado de casa para buscar a Marga – que a resultas era la hija de ese alto cargo político – y que unas niñas, entre las que se encontraba Teresa y la familia de esta la habían ayudado y cuidado. El diplomático español cogió a la niña de la mano y la dijo que tanto sus padres como su amiga Marga – al ponerse en contacto con ella – estaban muy preocupados y que ya era hora de regresar a su hogar poniendo punto y final a su aventura. Arancha, acompañada por Teresa, fue a la habitación y se colgó su mochila a la espalda mientras abrazaba a Pintas con todas sus fuerzas y le decía que estuviese tranquilo que todo iría bien. Encima de la mesilla dejó su monedero de Winnie Pooh y sus caramelos de fresa como regalo a esa familia que sin conocerla la habían tratado con tanto cariño, ofreciéndola todo lo que tenían por poco que fuese.

Ya en la puerta de esa casa tan a falta de belleza exterior pero tan llena de bondad y amor en su interior, Arancha se despidió de aquella buena gente y al entrar en el coche de la policía, de regreso a su confortable casa, escuchó una nueva y triste respuesta que su amiga Tere daba a aquella pregunta que ella había formulado minutos antes.

¿Por qué yo no tengo un osito de peluche al que hacer mis confidencias y en el que refugiarme, como tú?, ¿por qué nací aquí?, pues porque me tocó nacer en esta bella isla, Arancha, solo por eso.

Al oír eso, Arancha se bajó del coche y dirigiendo su mirada – al mismo tiempo que depositaba un beso en su frente – a su querido osito de peluche, le dijo:

-Pintas, cuida de Teresa tan bien como lo has hecho de mí.

Y, alargando sus brazos se lo entregó a esa niña isleña mientras decía en voz muy alta:

-Todos los niños deberían tener un osito de peluche que les pudiese acompañar y amparar en los momentos más difíciles de su vida. Los mayores no deberían privarles de ellos…


© Rosa María Castrillo Rodríguez

domingo, 7 de octubre de 2007

DE PRINCESAS Y CUENTOS

En esta ocasión voy a colgar una poesía. Cuando yo era pequeña solía leer muchos cuentos de hadas, creo que afortunadamente en la actualidad las niñas leen cuentos más reales. Mejor para ellas... A mí me ha ido fatal intentando encontrar al tal "príncipe azul". Pero antes y como hago siempre, una frase "con sustancia".

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"En un beso, sabrás todo lo que he callado."

Pablo Neruda

DE PRINCESAS Y CUENTOS

No leas cuentos mi niña
De princesas y doncellas
No te vayas a creer
Lo que de ellas se cuenta
Mira que la vida es cruel
Que no hay príncipes valientes
Que nada importa a la gente
Si no es su propia verdad
Sus antojos, sus anhelos
Sus caprichos, sus deseos
Pese a quien pueda pesar
Ahora bien, sí has de creer
En dragones y madrastras
En brujas emponzoñadas
Maquiavélicas, malvadas
Esa es bien la realidad
Ten cuidado princesita
No las vayas a encontrar
Pues el amor que tú sientas
Ellas lo destruirán.

© Rosa María Castrillo Rodríguez