martes, 10 de diciembre de 2013

LA CONCIENCIA DORMIDA

Como si del cuento de Blancanieves se tratase, la conciencia de una gran parte de seres humanos (los que más riqueza tienen) parece estar dormida. Y es que la Bruja del cuento, en este caso el capitalismo salvaje, nos ha dado a probar la manzana envenenada del consumismo… Desde que ha llegado el Padre Francisco parece que brota un nuevo germen de vida, ¡esperemos que no venga la “guadaña” y lo sesgue (el invierno y su nieve, la del egoísmo)! No bastan las buenas palabras que el Papa Francisco I nos transmite, hay que actuar al igual que Jesús lo hizo. Él fue más allá. Él llamó ladrones a los sacerdotes. Pues lo dicho: “al pan, pan, y al vino, vino”. Al brote de vida al que hago referencia no es ese “brote verde” de la economía del que últimamente habla Rajoy. Me refiero a uno que traerá inmensos prados verdes a la humanidad: La esperanza del cambio. El cambio parece que en esta ocasión, en contra de cómo se supone (los políticos son los que deberían cambiar las cosas) vendrá por un cambio real de mentalidad que se producirá de abajo hacia arriba, especialmente a través de las raíces más tiernas pero con un mayor potencial: los niños, los hombres del futuro. Ellos están viendo y viviendo el significado real y el alcance de la crisis provocada por la globalización de un capitalismo desquiciado, fuera de sí, que existe en la actualidad. Pero al mismo tiempo, y paralelamente a ello, también se dan cuenta de que los que menos tienen son, por otro lado, los que más ayudan: ese es el verdadero germen de vida, la esperanza para el mañana: gente más humana, generosa, solidaria. Un ejemplo de ello es una iglesia de un barrio de la periferia de Madrid, en el cual el índice de pobreza es muy elevado. A ella acuden personas mayores, jubilados de escasos ingresos que aún así colaboran generosamente – dentro de sus posibilidades - con donativos y alimentos para ayudar a sus vecinos más desfavorecidos en la lucha por la supervivencia. Lo hacen a través del párroco el cual, por otro lado, aporta también dinero de su salario para contribuir con su granito de arena, junto con Cáritas, ONG’S y asociaciones de barrio a recaudar más dinero para que estas personas - porque son personas y no simples números en una hoja de estadística - puedan comer, pagar la luz, etc. Ese cambio se dará porque esta gran crisis está afectando a diferentes estratos involucrando con ello directa o indirectamente a la gran mayoría de los ciudadanos. Incluso los jubilados que podrían “respirar” tranquilos gracias a sus pensiones que, según dicen, están aseguradas, tienen hijos o nietos en paro y, por ende, los ayudan económicamente. Asimismo los que tienen el trabajo seguro (funcionarios, policías, militares, bomberos, etc.) también, de seguro, un gran número de ellos, tienen a familiares o amigos en tan terrible situación. Y es que… ¡se acabó el estado del bienestar! Podríamos - como cantaba Rita Hayworth en “Gilda”- echarle la culpa a “Mame” pero en realidad sí existen culpables: Por un lado el propio afán de consumo: el consumir por consumir y por otro y sobretodo, por los corruptos, los que evaden capitales, los que defraudan al fisco, los que quieren ganar dinero pagando sueldos míseros, los que manejan a su antojo las altas finanzas, etc. En definitiva: el egoísmo. Y es que estos últimos, personas que amasan verdaderas fortunas, no sólo son egoístas es que, aunque ellos se crean los más listos del mundo tal vez en realidad sean… ¡los más tontos!, porque, ¿acaso los faraones cuando se enterraron con todos sus tesoros se los llevaron consigo al “más allá”? ¡Ni de coña! Lo material se queda en donde la materia está. ¡Ah, que no son creyentes!, ¡que están convencidos de que nada hay después de la muerte! Bueno, pero… ¿y si lo hay? Deberían pensar en que sería mejor actuar un poco en base a ello, por si acaso… Y es que las acciones que se hacen, de fijo, sí quedan grabadas en el alma de las personas, como las huellas dactilares en nuestros dedos. Y yo no digo que se vuelvan franciscanos, ¡que no estaría mal! Es comprensible que les guste vivir bien (¡a nadie le amarga un dulce!, pero cuidado porque el exceso de dulce trae muy malas consecuencias para la salud… en este caso la del alma) y que quieran asegurar un bienestar a sus descendientes pero ¡ni tanto ni a costa de que tantos vivan mal! Pegarse la buena vida o “la vida padre” en un lujoso yate no es delito (si se ha ganado el dinero honestamente), pero es un tanto obsceno, moralmente hablando, mientras tantas personas se están quedando sin sus casas – e incluso suicidándose por ello - o no tienen qué llevarse a la boca por haberse quedado sin trabajo. Por otro lado sería conveniente y se alejaría del egoísmo individualista si cada trabajador - sea cual sea su trabajo - reconociese que ha logrado ese puesto gracias a una educación – al menos en mi país - que ha recibido en forma gratuita, mayoritariamente, y pensase en qué forma y proporción puede devolver al Estado y a los conciudadanos su esfuerzo. Por supuesto hay personas que han podido permitirse unos estudios “a base de talonario”, pero ellos también deberían de pensar en que si es así es porque sus padres han obtenido los ingresos necesarios para ello en base al resto de la población. Y conviene tener presente un buen refrán (sabiduría popular) castellano: “No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”. Y doy fe de que así es. Conocí a un hombre verdaderamente feliz, el tío Jaro. Era un hombre de campo que nunca salió de su pueblo para disfrutar de unas vacaciones; ni siquiera conoció el mar, pero su felicidad radicaba en sentirse bien allí, hablar con sus amigos en la plaza del pueblo e ir a tomar un café con ellos los domingos por la mañana y, sobretodo, disfrutar de la compañía de su familia en esas reuniones festivas y… su huerta. Trabajar la huerta y ver como daba su fruto le hacía sentirse feliz. Diría que es ahí donde tenemos que buscar la felicidad: en las cosas más sencillas que nos ofrece la vida. Hemos de darnos cuenta de que el verdadero sentido de la vida es la búsqueda de la realización personal que alcanzaremos sacudiéndonos de encima el egoísmo, siendo más humanos (generosos, solidarios, compasivos) y por ello hemos de procurar el bienestar social, en lugar del bienestar de consumo. ¿Por qué? Bueno, si se es cristiano – como he indicado antes - la respuesta es muy sencilla: cultivar un espíritu bondadoso que nos acerque a Dios es el sentido último de nuestra existencia. ¿Y si no se es? Pues aunque sólo sea por reparar la injusticia que hicieron con Jesús – que ningún mal hizo para morir como murió -. De esa forma, al menos, no murió en balde… aunque nada exista. Quisiera compartir la siguiente reflexión: ¿Qué es mejor salir en la lista de los hombres más ricos del mundo o en la de los más generosos? Sin duda, en mi opinión, que el nombre de uno figure en la segunda. La generosidad es lo más cercano al amor y, no olvidemos, que el amor sí da la verdadera felicidad. Pero mientras se produce ese cambio de mentalidad qué herramientas tenemos para combatirlo: el poder de cada uno de nosotros para cambiar todo. Colaborando y cooperando en lugar de compitiendo. Si cada uno de nosotros lo hace también cada uno de nosotros será ese “príncipe azul” que hará revivir la conciencia colectiva con la que construiremos una sociedad más humana y más justa.