jueves, 19 de septiembre de 2013

EL SONIDO DE LA QUENA

Nada pidió, no le dejaban. Los miró, me miró. Ambos pusimos caras de circunstancias. Entonces reaccioné. Me levanté del asiento y me acerqué a él para hacerle entrega del donativo que apenas unos instantes antes había extraído de mi monedero. Y es que ese hombre moreno de piel y cabello, venido de las américas, había logrado con su arte y magistral dominio de la quena, transportarme a los Andes. Por unos minutos no viajaba en Renfe Cercanías hacia Alcalá de Henares sino que estaba allá lejos, en el Altiplano, contemplando las montañas, el celeste cielo y el vuelo del cóndor. Aquel hispano, con el aire de sus pulmones había obrado el milagro de insuflar en mi alma – al tiempo que ese aire recorría ese instrumento musical de viento y salía diseminado por todos los orificios - una inmensa paz. Merecía no ya aquel pequeño óvolo que yo, modestamente, le entregaba como premio a su trabajo sino, como un verdadero artista que era, subir al escenario de cualquier teatro de Madrid y tocar allí para unos espectadores que, al escucharle, se entregarían totalmente. Más no era así la realidad. Lo que ocurrió a continuación es que, al parar el tren en la estación de Coslada y escoltado por dos guardias de seguridad, tuvo que apearse del vagón. Antes de hacerlo volvió a mirarme. Yo no había apartado mi vista de él y de aquellos hombres. Le sonreí y en voz queda le dije: “gracias”. Le agradecía que aquella bellísima melodía me hubiese librado por un breve tiempo de aquel tedioso run-run machacón del ruido del tren. Aquel descendiente de los incas había sido desalojado del tren por aquellos hombres implacables que cumplían con su trabajo y que, por ello, no podían apreciar su arte impidiéndole - por orden de alguien que seguramente no viaja diariamente a su trabajo en tren – ganarse de esta forma la vida sin molestar a nadie; más bien por el contrario alegrando y amenizándonos el viaje. Entonces pensé ¡qué trabajo tan poco gratificante aquel que, en lugar de amparar a los pobres…! Conclusión: Creo que todos deberíamos de tener en cuenta que la vida es corta pero la eternidad es muy larga. Por ello seamos menos egoístas y tendamos la mano a nuestros semejantes, especialmente a aquellos que más sufren.