domingo, 27 de mayo de 2007

EL PAJARITO QUE CAYÓ DEL NIDO

Y ahora como una es un tanto polifacética (no escribiré nada del todo bien, pero escribo de todo)y por si alguien lee esto y luego le toca contar un cuento a alguno de sus hijos - tal y como me ocurría a mí -, voy a editar el primer cuento infantil que escribí e incluso puede que el primero que inventé precisamente para la mayor de mis dos hijos: Silvia. A ella le encantaba y años después a su hermano también. Pero antes de publicar esta obra, quiero mostraros una frase con “sustancia”.

FRASES CON SUSTANCIA. La frase que he escogido hoy es la siguiente:

"Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible."

Mahatma Gandhi



Y ahora estaos calladitos porque voy a empezar a contaros un cuento... Schssssssssss

EL PAJARITO QUE CAYÓ DEL NIDO

Una tarde paseaban por el campo un niñito adorable (Javierito era su nombre) con su perrito “Planck”. Ambos eran inseparables y al niño le encantaba corretear por los campos de cultivo, pisando trigo y cebada - no pasa nada, no se estropean por ello -con sus piececitos y viendo como casi le tapaban. A “Planck” no le hacia gracia, porque luego le picaba todo el cuerpo, pero quería tanto al niño que le acompañaba en sus “pequeñas travesuras”.

En esas estaban cuando repentinamente el cielo oscureció, a pesar de que aún era media tarde. Estaban un poco alejados de su casa y el niñito dijo: “Vamos, Planck” démonos prisa o nos pillará la lluvia”. ¡Qué manera de correr, a su perro se le hacía muy fastidiosa la simple idea de mojarse...!

De todas formas la tormenta estalló en un momento. Los rayos no cesaban de caer y los ensordecedores truenos les hacían temblar pero no podían parar; a pesar de estar agotados de tanto correr. La lluvia incesante no dejaba de caer. Estaban calados hasta los huesos.

De pronto y casi milagrosamente, de entre el ruido del viento, la lluvia, los truenos, y el propio sonido de su jadeante respiración y del incesante tic-tac de su corazón producido por el miedo a los relámpagos, el niño logró escuchar, justo allí, debajo de un árbol el piar de un pajarillo. ¡Detente Planck. Estoy escuchando algo! Pero su perro, ni loco quería pararse; en eso estaba pensando él... Agarraba por el pantalón a su amito para que continuase el camino hacia su casa, pero el niño le dijo: “No, Planck. Seguro que es un pajarillo que ha caído de su nido y nos necesita. Le ayudaremos”.

“Planck” tuvo que aceptar la orden, aún a regañadientes... Ayudó a buscar al pajarillo y en un momento lo encontraron. Era un pequeño y regordete gorrioncito que casi con total seguridad no sabía volar y se debió de caer, por culpa del viento, de su confortable nidito. El niño trepó al árbol, pero encontró el nido vacío y no quiso dejar al gorrioncillo otra vez solo, allí, en mitad de la tormenta. Además parecía que el pobrecito se había lastimado una de sus alitas al caer.

Por fin llegaron a casa. El niño, enseguida - y bajo la atenta mirada un poco celosilla de Planck -, preparó una cajita de cartón y la rellenó de algodón; a continuación con unas gasas y agua tibia y jabonosa, limpió al pajarillo y con todo el cuidado del mundo le curó y vendó el alita dañada. Después, seguido por Planck, fue a la cocina y echó en un cuenco leche tibia con miguitas de pan y se lo dio a comer al pajarillo. Al principio, el pajarito asustado, no quería comer, pero con mimo y tesón el niñito consiguió que su nuevo amiguito comiese.

Pasaron unos días y “Cuco” así llamó el chiquillo a su pajarito, por fin se restableció. Entonces Javierito decidió que tenia que enseñarle a volar antes de dejarle de nuevo en libertad. Y puso manos a la obra, Planck lo miraba como si pensase: “¿Cómo un humano que no sabe volar pretende enseñar a un pájaro que debería saberlo por sí mismo...?”

Pues con mucho amor lo consiguió... Pero mientras tanto, en esos días, los angustiados padres del pajarillo, al encontrar su nido vacío, habían estado buscando a su cría, por todos los lugares; día tras día, noche tras noche.

Y sucedió que uno de esos días, la búsqueda tuvo su fruto y le encontraron. Al ver al niño humano, junto al pajarillo, imaginaron que aquel niño estaba haciendo daño a su cría y empezaron a volar alrededor de él, dispuestos a picotearle por todo su delicado cuerpecito.

Pero “Cuco” en cuanto vió a sus padres, les dijo con su pío-pío: “Papá, mamá, este es mi amigo, gracias a él me salve de la tormenta.” Entonces el pajarillo les contó todo lo que había ocurrido, mientras ellos habían salido a buscar comida para él, y de qué forma el niño y su perro le encontraron, cuidaron e incluso ayudaron a aprender a volar.

Quedaba lo más triste: despedirse; incluso Planck le había cogido mucho cariño a ese regordete intruso. Finalmente el pajarillo, con ojillos brillantes, voló junto a sus padres, hacia su nido.

Pero, como a mí no me gustan los finales tristes...

Todos los días, nada más amanecer, los tres pajarillos llevaban en sus picos florecillas silvestres para depositar en la ventana del niño a modo de "buenos días" y le despertaban con sus lindos gorgoritos y sus pío-pió.

Y como me decía mi madre a mí de chiquita: colorín colorado, este cuento se ha acabado.

© Rosa María Castrillo Rodríguez(año... ¡Uff, o más…!!)