lunes, 20 de noviembre de 2023

UN HUERTO NO ES SÓLO UN HUERTO

Hacía años que no iba por allí a pesar de tenerlo al alcance de mi mano o, mejor dicho, de mis pies… Quería recuperar mi barrio, volver a vivirlo ya que, por asuntos familiares, apenas salía a comprar al mercado y al supermercado. Esa tarde me animé y crucé la carretera que me separaba del parque. Amenazaba lluvia pero no me importó. El ansiado reencuentro con ese verdor que tanto árboles como césped me brindaban me animaba a desafiar cualquier tormenta. Pareciese que, movidos por el viento, arbusto y ramas de árboles me saludasen alegres de verme después de tanto tiempo. Algunos charcos en el suelo causados por algún chubasco caído horas antes hacían que fuese sorteando el camino que me llevaba a aquel lugar que conocí en sus primeros tiempos: el huerto comunitario Ladis. Me emocionó traspasar sus puertas. Allí estaban algunos vecinos de mi barrio, los huertanos, trabajando en él. Más no fueron ellos quienes salieron a recibirme, en un principio. Tres guardianes salieron a mi encuentro: tres pequeños perritos ladraban según iba adentrándome en el huerto. Natural, no me conocían y me veían como una intrusa. ¡Cómo iban a saber ellos que yo pisé esas tierras muchos años antes que ellos! Eran inofensivos y muy graciosos. Enseguida se acercó uno de los huertanos a quien saludé y pedí permiso para visitar el huerto. Por supuesto me le dio encantado. A tan amables y encantadoras personas les gusta recibir visitas y mostrar, orgullosamente ese huerto al que tantas horas, trabajo y esfuerzo dedican. Le sonaba mi cara pero ya no me recordaba hasta que comenzamos a hablar y entonces cayó en la cuenta de quién era: una vecina comprometida con el proyecto del huerto desde sus orígenes. De aquella época, aquella tarde, solo vi a dos huertanos conocidos, el resto eran totalmente desconocidos para mí. Comencé mi paseo por el huerto y quedé admirada. ¡Cuánto había cambiado! La verde vida brotaba por doquier en los bancales en forma de hojas de calabacines, acelgas y tantas y tantas verduras y hortalizas. Ni un hueco quedaba sin cultivar. Árboles frutales con sus incipientes frutos se mezclaban con los árboles que ahí se habían conservado de la época en la que aquellas tierras eran parque. Los huertanos, con gran ingenio, habían construido con madera unas estructuras cuyo techo se veía cubierto de hojas de parra. También había preciosas rosas y otras flores de vistosos colores. El huerto lucía esplendoroso, bello, ¡tan verde! La alegría iluminó mi mirada. La brisa de la naturaleza había atravesado mi alma. Les felicité por tan buen trabajo. Me hablaron de una solicitud realizada a la Junta Municipal para ampliarle.¡Ojalá y la consigan!Les pregunté si ya no habían vuelto a tener problemas de vandalismo. Lamentablemente sí. Eso no había cambiado. Me comentaron que habían arrancado unas plantas de tomate y algunas cebollas. Simplemente por causar daño. Desgraciadamente en nuestra sociedad también crecen malas hierbas: gente que no respeta ni el trabajo ajeno ni la naturaleza bueno. Sinceramente creo que no respetan nada ni a nadie. Al salir de allí pensé: “¿quién dice que aquí no hay verde? ¡Que vengan a visitar el huerto! Afortunadamente en mi distrito hay otros huertos comunitarios, de seguro, tan exuberantes, bellos y bien cuidados como el nuestro y que también muestran los maravillosos frutos que el trabajo del hombre aliado con la naturaleza (y no en su contra) pueden dar para así poder disfrutar de ellos, aunque sólo sea como yo, paseando por entre sus bancales. Cruce de nuevo la calle y volví a encontrarme con el asfalto, los edificios pero en mi espíritu estaba la alegría de ese contacto con la naturaleza que, gracias al parque y al hermoso huerto comunitario, había tenido no pude por menos de exclamar: “¡un huerto no es sólo un huerto!” Rosa Castrillo