sábado, 7 de julio de 2012

FEDÓN O DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA. PLATÓN


PLATÓN

FEDÓN O DE LA INMORTALIDAD DEL ALMA
RESUMEN

En Fedón o de la inmortalidad del alma, Platón, por boca de su Maestro Sócrates, abarca los problemas concernientes tanto a la psicología y la moral, como a la metafísica, por medio de la narración, la discusión y el mito.
En esta obra, Fedón, todavía emocionado, da testimonio a Echecrates de Filonte, mediante un lenguaje sencillo y lleno de grandeza, del noble y sereno final de Sócrates, describiéndole ese último día, en la cárcel, cuando éste, sentado en el borde del lecho, se halla rodeado de sus discípulos que desde temprana hora desean escuchar las últimas palabras de su admirado Maestro, encontrándole en todo momento sereno y sin sombra de tristeza, al contrario que sus alumnos y su consorte, Xantípa.
Para dar su última lección de filosofía, Sócrates mandará que se retiren su esposa e hijos y enseguida provocará una discusión entre dos de sus discípulos: Simmias y Cebes, que durará hasta el momento que la ley determina ha de ingerir la cicuta: la puesta de sol. El cumplimiento de dicha sentencia se había retrasado bastante a causa de la anual “teoría a Delos”, ya que en el período transcurrido entre la ida y la vuelta del barco enviado desde Atenas a Delos estaba prohibido dar muerte a ningún condenado. Sócrates quiere que este “canto del cisne” sea de sublime esperanza para una vida inmortal y bienaventurada. Las preguntas que inician el debate son: ¿No debe desear la muerte el filósofo? ¿Tiene o no derecho a adelantarse a una muerte, a su parecer demasiado lenta, atentando contra su existencia? Con ellas Sócrates quiere que sus discípulos valoren si el deseo de encontrar, tras la muerte, unos dioses justos y buenos no sería motivo de que el sabio filósofo sonría ante el final de sus días. En cuanto al suicidio, la reflexión del Maestro es que la razón de no temer a la muerte se debe al hecho de haber podido soportar los males padecidos en la vida, por un lado, y por otro, el hecho de que dicha vida no le pertenece a uno sino a los dioses, al ser los creadores de la misma. De ahí que nadie deba quitársela y mucho menos un filósofo que aspira a unos bienes invisibles que no podrá disfrutar mientras viva y que han sido el motivo de sus meditaciones a lo largo de ella: la búsqueda de la esencia de las cosas. El hombre vulgar sí teme a la muerte al no ser consciente de la inmortalidad del alma, y por ello sólo piensa en que al morir su cuerpo deja de disfrutar de los goces que le proporciona lo material. Más, ¿cómo tiene el filósofo la certeza de no perecer por completo al morir?, ¿qué prueba existe de que el alma sobreviva?, ¿podría tratarse sólo de una bella ilusión, un engaño? Para contestar a estas preguntas se hablará de la supervivencia del alma al cuerpo, la reminiscencia, la preexistencia del alma, la existencia de las ideas por sí mismas, la sencillez, la inmaterialidad, la indisolubilidad, la libertad del alma, su inmortalidad.
En un punto de las explicaciones que Sócrates da a sus discípulos acerca del viaje que en poco tiempo ha de emprender, Critón le advierte que no ha de hablar tanto pues según le ha comentado el hombre que ha de preparar y darle el veneno que ha de tomar, a las personas que han hablado mucho han de administrarles hasta dos o tres tomas en lugar de una. Sócrates contesta que a él no le importará tener que tomar cuantas sean necesarias, ya que prioriza la charla con sus discípulos y amigos a las dosis de cicuta a ingerir.
Para ello en esta narración Platón parte de la máxima de que “los vivos nacen de los muertos” (según una antigua creencia las almas, al dejar este mundo, van a los infiernos y de allí vuelven al mundo, a la vida) que a su vez está encerrada en otra que dice “todo lo que tiene algo contrario nace de este contrario”, tratando la preexistencia del alma en una especie de reencarnación, tal y como dice la doctrina de la metempsícosis. Para demostrar la inmortalidad del alma el filósofo busca su esencia y para ello distingue dos órdenes de cosas: las unas simples, absolutas, inmutables, eternas, en una palabra, las esencias inteligibles; las otras son mutables, es decir, cuerpos perceptibles a los sentidos. ¿A cuál de estos dos órdenes se une nuestra alma? A las esencias, porque como ellas es invisible, simple y dispuesta además a buscarlas por sí misma como un don propio de su naturaleza. Si nuestra alma es semejante a las esencias, no cambia nunca, como no cambian ellas, y no tiene que temer que la muerte la disuelva como al cuerpo. Es inmortal. Pero Platón tiene especial cuidado en aclarar que porque el alma, por su naturaleza, tenga asegurado un distinto futuro no tiene éste por qué ser igual para todas las almas, indistintamente. La del filósofo y la del justo estarán purificadas por la constante meditación de las esencias divinas y por ello serán admitidas a disfrutar de la vida de bienaventuranzas de los dioses, pero las del vulgar y del perverso, contaminadas de impurezas o crímenes, estarán privadas de esta eterna felicidad. Cualquier objeción al respecto es refutada por Platón por medio del principio de las ideas.
En Fedón, el filósofo nos hace ver que la esencia pura de las cosas se halla a través del razonamiento, de los pensamientos, para que así los sentidos no puedan engañar al alma, para alcanzar la fortaleza y la temperancia, virtudes que han de tener los filósofos. Más la moderación nunca ha de ser vana, en espera de conseguir mayor voluptuosidad; de ahí que la sabiduría sea la única moneda capaz de conseguir las virtudes.
Sócrates, el maestro, quiere que sus discípulos aprendan a conocer la esencia de las cosas; de ahí que éste, a la pregunta: “¿qué es lo que hace que el cuerpo esté viviente?” conteste: “el alma”.
Maestro y discípulos inician un diálogo que va demostrando la inmortalidad del alma en base a la teoría cíclica de los contrarios, poniendo para ello ejemplos: la oscuridad nace de la luz y la luz de la oscuridad y los términos que expresan los cambios, el medio de ambos, sería el anochecer en el primer caso y el amanecer en el segundo, estando en todo momento Cebes de acuerdo con lo que Sócrates expone. En esta conversación queda demostrado que el alma siempre lleva la vida adonde va, siendo su contrario la muerte, la cual no es admitida por el alma, lo que la hace inmortal y, por ello, al ser inmortal es imperecedera. De ahí que, cuando llega la muerte al hombre, tan sólo el cuerpo perece pero no su alma que se retira sana e incorruptible (al salir del cuerpo ya no puede ser “tentada”) al otro mundo.
De la vida nace su contrario, la muerte y de ésta, al haber un retorno a la vida (el alma una vez ha muerto el cuerpo permanece por un tiempo en los infiernos) nace su contrario: el revivir.
Cebes recuerda a Simmias, en presencia de Sócrates, el principio establecido por éste acerca de que la ciencia en realidad es una reminiscencia que, a su vez, demuestra la inmortalidad del alma. Según este principio es indispensable que hayamos aprendido en otro tiempo las cosas de que nos acordamos en éste, lo que es imposible si nuestra alma no existe antes de venir bajo nuestra forma humana.
Cebes expone un posible temor a que el alma, en el momento de la muerte, se disuelva. Sócrates explica que primero hay que saber a qué naturaleza de cosas pertenece el disolverse y luego examinar a qué clase de naturaleza (si a la que se disuelve o no) pertenece el alma. Presupone que las cosas compuestas son las que pueden desasociarse, mientras que las que no están compuestas, es decir las simples, no. Asimismo opina que las cosas que son siempre las mismas y de la misma manera no pueden ser compuestas y, por el contrario, las que cambian constantemente y nunca son las mismas sí lo son.
Por su parte Simmias, aún estando de acuerdo, comenta la desconfianza que le infunde la grandeza del asunto y la debilidad del hombre. Ante ello Sócrates decide examinar cuidadosamente esos principios hasta que su alumno deje de tener dudas. Para ello continua diciendo que el alma, dada su inmortalidad, necesita ser cuidada no solo durante la vida, sino también después de ella y que el no hacerlo sería muy grave. Para salvarla hay que convertirla en buena y sana ya que el bagaje (costumbres y hábitos) que lleve al morir el cuerpo es el que tendrá cuando vuelva a nacer en otro al reencarnarse siglos más tarde, después de haber sido juzgada. Pero ese camino que recorre no es único ni simple como dice Telefo en Esquilo: “un simple camino conduce a los infiernos”, ya que el alma, al morir el cuerpo, es conducida por un guía; lo cual implica que ha de haber diferentes caminos a seguir que hacen necesario de esa guía para evitar se pierdan. Según esta exposición Sócrates dice a los alumnos que un genio acompaña al hombre desde el momento de nacer hasta su muerte, guiándole después: primero hasta el lugar donde ha de ser juzgado y después hasta el lugar donde deba ir. Si el alma ha vivido envuelta en vicios y crímenes se hallará sola, errante, pues el resto de las almas se apartaran de ella, hasta que después del tiempo la necesidad la lleve al sitio en el que deba estar; por el contrario el alma que ha vivido en templaza y pureza tendrá por compañeros y guías a los mismos dioses, habitando en maravillosos lugares de la tierra.
Al querer Simmias saber más de esta tierra de la que su maestro habla, Sócrates se limita a decir que lo que les puede contar es una idea general de cómo él imagina es esa Tierra, una tierra que él supone está por encima de la que vemos y para ello pone el ejemplo de cómo un animal marino que vive en las profundidades, si pudiera, creería que el agua de la superficie es el cielo al no poder salir del agua y contemplar el verdadero cielo que ve el hombre, y para ello les narra una fábula de la tierra pura que está en medio del cielo. Según Sócrates esa tierra sería perfecta y feliz donde, por ejemplo, las piedras no están corroidas ni estropeadas por las sales o los sedimentos siendo por ello perfectas y bellas; al contrario que ocurre en la Tierra inferior.
Esa Tierra está llena de cavernas de diferente profundidad y extensión pero todas ellas comunicadas entre sí por medio de galerías por las cuales corre el agua de manantiales y ríos subterráneos tanto de agua fría como de fango o fuego. Sócrates, citando a Homero, habla del “abismo más profundo que hay bajo la Tierra”, al cual denominan Tártaro. Allí van a parar todos los ríos y también de allí salen. Existen cuatro grandes corrientes y la mayor y más externa, explica Sócrates a sus discípulos, es el Océano. En frente corre el Aqueronte que se precipita en las marismas de Aquernoiada, adonde las almas van la mayor parte de las veces al abandonar el cuerpo, permaneciendo allí un espacio de tiempo para ser posteriormente devueltas a este mundo ocupando un cuerpo nuevo. Entre el Aqueronte y el Océano corre un tercer río, el Puriflegeton, cuya agua de color negro hierve mezclada con fango que recorre la Tierra yendo a parar a la marisma Aquernoiada sin que sus aguas se confundan, para después de dar varias vueltas ir a caer en lo más profundo del Tártaro.
El cuarto río, el Cocitos, cae en un lugar de color azulado llamado Estigio en el cual forma la laguna Estigia, en cuyas aguas adquiere propiedades horribles, filtrándose después en la tierra para, sin mezclarse con los otros ríos, precipitarse en el Tártaro. Según la naturaleza de las faltas cometidas, y tras el juicio, el alma irá a uno u otro río; por el contrario todo aquel que ha vivido una vida santa se verá libre de los lazos terrestres siendo su alma conducida a las alturas, a la Tierra pura donde habitará y de éstos, los que han sido purificados mediante la filosofía, y ya sin cuerpo, habitarán los lugares más admirables. Así lo entiende Sócrates y de ahí que hablase a sus discípulos de la necesidad de adquirir virtudes y sabiduría en la vida.
Después de hablar de todo ello Sócrates entró a tomar un baño antes de la hora de tomar el veneno. Al salir de él recibió a su mujer e hijos para darles instrucciones. Cuando entró el servidor de los Once advirtiéndole que era la hora de tomar el veneno dijo a Sócrates que éste era el más firme, bondadoso y mejor de todos los presos que habían estado allí, pidiéndole que no le guardase rencor. Llegada la hora, y sin querer alargarla más, Critón, instado por Sócrates, hizo una señal al esclavo para que llevase el veneno, siendo aconsejando el Maestro de que una vez lo tomase caminase y que cuando notase pesadez en las piernas, se acercase al lecho. Al verlo beber, contaba Fedón, todos los discípulos rompieron a llorar hasta que Sócrates les recriminó la conducta haciendo que callasen, avergonzados. Las últimas palabras de Sócrates fueron dichas a Critón, recordándole que debía un gallo a Esculapio para que pagase su deuda. Después Critón le cerró los ojos y la boca. Había muerto el más justo y sabio de los hombres.



Este resumen ha sido cedido por la Asociación Cultural SOFOS de Madrid