domingo, 15 de julio de 2012

TORRELAGUNA, CUNA DE FAMILIAS CRISTIANAS

Este escrito es un relato/crónica de la Romería de Torrelaguna. Se la dedico a las gentes de allí porque... ¡Ellos lo valen!

TORRELAGUNA, CUNA DE FAMILIAS CRISTIANAS

Nacida en Madrid, de padres y abuelos madrileños, y, para más “inri” proveniente de la zona comprendida entre la Puerta de Toledo y Marqués de Vadillo, lógicamente, de toda la vida conocí al Santo Patrón de la Villa y Corte, San Isidro y, por ende, a su esposa, Santa María de la Cabeza, ¡anda que no he pasado veces, desde la infancia, por delante de las figuras que de ellos existen en una hornacinas, en el Puente de Toledo! Sin embargo hasta este año nunca antes había vivido la procesión desde dentro, aunque sí en algunas ocasiones me topé con ella por las viejas calles matritenses. Recuerdo que me sonaba “a chino” aquella exclamación: “¡Viva Torrelaguna!”. Ello se debía a mi total desconocimiento de la vida y milagros del cónyuge del Patrono de Madrid.

Fue a través de una antigua conocida mía - por medio de una visita al museo de los Orígenes, más conocido por el de San Isidro, en el cual nunca había estado – que comencé a conocer la vida de este santo matrimonio. Ella, al ver mi interés, me informó de cómo y dónde se conocieron Isidro y María Toribia, pues ese es el verdadero nombre de la santa: en Torrelaguna. Allí contrajeron matrimonio y allí, tras vivir en la capital al lado de su esposo, regresó Santa María de la Cabeza para dedicar su vida, como santera, al cuidado de la ermita de la Virgen de la Piedad.

Dada la proximidad de la fecha, Paloma me invitó a acompañarla a la romería que se haría, como cada año, en dicha localidad en honor a ambos santos. Acepté porque algo dentro de mí me decía que así debía hacerlo. Era como si tuviese una especie de “deuda” con la santa que siempre había quedado, en mis recuerdos y devoción, relegada a un segundo lugar.

Después de bajar del autocar, nos dirigimos a un bar para degustar unos exquisitos churros y porras con los que hacer acopio de fuerzas para, posteriormente, iniciar la romería que saldría de la plaza Mayor. Mientras esperábamos que se dieran los últimos toques en las carretas, uno de los lugareños nos dió unas explicaciones acerca de la bellísima iglesia gótica de Santa María Magdalena, considerada patrimonio artístico, en la cual reposan los restos mortales del insigne poeta Juan de Mena, según pudimos constatar al entrar en su interior. Asimismo nos habló del escudo de armas del cardenal Cisneros que, en piedra, se haya ubicado en la fachada del Ayuntamiento, sito – al igual que la mencionada iglesia - en la plaza Mayor.

Protegidos por gorras, crema de protección solar y con el abanico en la mano iniciamos el camino como romeros. Durante el recorrido, a ratos, el intenso calor se aliviaba gracias a la brisa que parecía querer acompañarnos en algunos tramos del camino. Mientras sentía el suave vientecillo en mi cara gusté fantasear que no eran sino los santos que, al soplar levemente, querían hacernos más livianos esos cinco kilómetros hasta la ribera del río, lugar donde ocurrió, según me comentaron, el milagro acaecido a Santa María de la Cabeza.

Poco antes de llegar al lugar donde rendiríamos homenaje al santo matrimonio con una misa campera, paramos en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad - hoy en ruinas y cercada por alambres que impiden el paso a la misma, al ser propiedad privada - para rezar una oración. Allí pedí a la santa que ablande el corazón del actual propietario para que ceda al pueblo la ermita, para que tan santo lugar (no olvidemos que durante varios siglos el cuerpo de la santa estuvo allí enterrado) sea reconstruido por los torrelagunenses y así poder cumplimentar debidamente a la santa y a la Virgen de la Piedad, llegando incluso, quizá, a mantener una luz siempre encendida alumbrando a la Virgen.

Sé que a algunas personas puede parecerles descabellada la demostración de fe y el hecho de considerar, incluso, milagrosas la imágenes de unos santos, Virgen o Cristo, labradas en tallas de madera (cuadro o icono) y más habida cuenta que a veces son réplicas de las originales que, por uno u otro motivo, fueron destruidas o perdidas, pero a los que así piensan yo les sugeriría otra forma de verlo. Para mí esas imágenes, en realidad, son depositarias (como antenas que reciben ondas) de la fe de aquellos que en ellas creen. Siento, sinceramente, que en esas estatuas, de alguna forma, quedan impresos los sentimientos de los que ante ellas rezan, suplican, piden o lloran, y que son los que realmente hacen que esa obra – un objeto - creada en un taller de carpintería o pintura se convierta, por ejemplo, en San Isidro o Santa María de la Cabeza, venerados, queridos y respetados por todos su fieles. Y es que todo es cuestión de fe, y lo que sí puedo asegurar es que en esa romería de Torrelaguna había fe a raudales, tanta que esos romeros no sólo habrían podido mover una montaña sino toda la cordillera del Himalaya.

Sin duda fué una jornada que nunca olvidaré y por ello te doy las gracias, Paloma, y no sólo por darme a conocer la historia de tan ejemplar matrimonio, sino también por tener la suerte de visitar esa maravillosa y acogedora localidad y convivir, durante unas horas, con tan magníficos anfitriones en tan bello paraje que tuve la dicha de conocer: la ribera del milagro. Al no poder agradecer uno a uno la dedicación que todos ellos tuvieron para con nosotros, lo hago en la persona de Luismi, el hermano Mayor de la Hermandad de Santa María de la Cabeza y San Isidro de Torrelaguna. Y en verdad os digo que cualquier persona que tenga interés por participar en esa romería será de igual forma tratado y recibido, siempre que lo haga desde la devoción y el respeto.

Pero el interés de Torrelaguna no radica, ni mucho menos, exclusivamente en el ámbito religioso. También posee un gran atractivo para cualquier viajero que sea amante de la cultura y es que, sin ir más lejos… ¿Qué sería de Madrid sin la universidad de Alcalá de Henares? ¿Habría existido sin Cisneros? Pues no hay que olvidar que es allí donde el cardenal Cisneros nació.

Os aseguro que merece la pena ir a esta real villa y recorrer esos cinco kilómetros a pié, aún sin ser creyente, porque tal vez, y sólo digo tal vez, mientras se anda el camino que va desde el pueblo hasta la ribera del milagro puede que uno encuentre algo que, quizá, en un momento de su vida tuvo y perdió: la fe.

Por todo ello quiero ser yo quien ahora os anime a vosotros a viajar hasta allí para que así, si en el futuro os animáis a ir a la procesión de San Isidro - ú os pilla mientras camináis por la calle Toledo y aledaños - y escucháis ese grito: “¡Viva Torrelaguna!” podáis decir - como diré yo desde ahora – a modo de respuesta, desde lo más profundo de vuestro corazón y con el alma puesta en Santa María y San Isidro: ¡Qué viva Torrelaguna!

Rosa Mª Castrillo Rodríguez