sábado, 7 de julio de 2012

LA CAJA DE CARTÓN

Relato con contenido social y dedicado a Villaverde Alto.

LA CAJA DE CARTÓN


Caía la tarde y las luces de las farolas comenzaban a alumbrar las calles del barrio de Villaverde Alto. Empezaba a refrescar. Sonia caminaba pensativa por la acera del mercado. Al pasar por delante de él no pudo dejar de recordar cómo, años atrás, estaba a rebosar con la totalidad de sus puestos a pleno rendimiento. Lamentablemente todo había cambiado. No sólo el número de personas que se ganaban el sustento con sus pequeños establecimientos de verduras, carne, pollo, pescado, etc., etc., había disminuido considerablemente en aquel que fuera, en su día, considerado uno de los mejores mercados de todo Madrid; también el pequeño comercio en general se había visto mermado en gran medida. Y aún peor - si cabe - , las grandes fábricas que en su día dieron origen a que aquel distrito del sur de Madrid, el cuál se convirtió en un barrio obrero precisamente por la cantidad de industrias que en él se crearon y, por ende, de viviendas para los que trabajaban por la zona, la mayoría de ellas personas que habían emigrado de sus pueblos o de otras ciudades españolas para buscar una forma de vida mejor, tanto para ellos como para sus hijos, en Madrid. No era exactamente el caso de Sonia, puesto que ella y su familia siempre habían vivido en la capital, pero sí el de su marido, nacido en un pequeño pueblo toledano que siendo muy joven abandonó familia, amigos, casa y tierra cambiándola por una habitación en una pensión y un trabajo en una fábrica muy próxima a la Ciudad de los Ángeles.
Aunque los años habían pasado la inmigración había seguido produciéndose, en especial durante el período de bonanza que el país vivió; aunque en esta ocasión quienes habían ido llegando a este distrito de la capital no eran españoles sino personas procedentes de los más variopintos lugares del mundo: desde Ucrania hasta Senegal, pasando por China, Ecuador, Cuba, Santo Domingo, etc., etc. De hecho la etnia gitana que, desde atrás, había sido siempre la población marginal por excelencia había dado paso a otros pueblos y otras culturas a ocupar su lugar. Sonia reflexionaba en el cambio tan opuesto que se había operado: la gran riqueza cultural producida por la mezcla de culturas contrastaba con la pobreza a la que el distrito se veía abocado a pasos agigantados.
En efecto todo había cambiado, pero, ¿de verdad todo había cambiado?
Mientras continuaba caminando, los ojos de Sonia se posaron en unos niños que estaban jugando en una esquina, y fue ese el momento en el que la mujer pudo comprobar, con una sonrisa, que hay cosas que, por suerte, no sólo no habían cambiado sino que habían sido capaces de resistir esos huracanes llamados publicidad, tecnología, capitalismo, etc. Y es que con gran asombro pudo ver como estos chavalitos se lo estaban pasando ¡de olé!, con una simple caja de cartón… Afortunadamente no todo estaba perdido. Aún había esperanza pues la imaginación es un arma lo suficientemente poderosa como para vencer cualquier obstáculo. Y allí, en su barrio, la había.